me regalé el tiempo para leer en unos cuantos días el fin del mundo y un despiadado país de las maravillas. el último libro que he comprado de haruki murakami. intuyo, porque no lo he investigado aun, que fue éste un ‘ensayo’ para 1Q84. por el ejercicio estructural y narrativo paralelo lo parecería sin duda y sin embargo, hay algo en este ‘primer libro’ (si puedo seguir con mi teoría historiográfica) que parece tener una edad más ‘madura’ que la que pretende aparentar 1Q84. no alcanzo a precisar aun en qué consiste, pero me gustaría pensar que lo podré decir en no muchas palabras, o bien, en las que se necesiten para configurar una imagen como la que el protagonista destina como la manera más certera de describir la forma de cantar de bob dylan “como un niño detrás de una ventana viendo llover”. de esto no sabría; no soy fan de dylan. pero la convicción con la que el habitante del fin del mundo y del despiadado país de las maravillas encuentra más certeza en esa sola frase que en las 500 páginas anteriores, me deja confiar.
el libro,
cuyo universo narrativo es más o menos simple, aun si simbólicamente mucho más
certero, comparado con 1Q84, deja flotando entre los ojos una especie de bruma
compuesta de muchas pequeñas (no menores) preguntas. pero entre ellas, o quizá
configurada por todas ellas hay una sola que se queda emanando una luz tenue
pero incansable –como la que se dice emana del cráneo de un unicornio– una vez
que se ha dado vuelta a la última página. ¿he creado el mundo que quiero?
lejos de
los posibles alcances milenaristas, ecologistas o humanitarios que pudiera
hacer interactuar esta interrogante, la realidad es que la pregunta pega muy
cerca de casa. no se trata de un mundo extendido al que apela la pregunta, sino
a ese mundo muy íntimo que se hace uno al pasar del tiempo, la suma de años,
mucho esfuerzo, algunos sólidos recuerdos entre una bien ejercitada capacidad
de olvido y generalmente, una buena dosis de sufrimiento. ese entorno cotidiano
en el que se vive hecho de costumbres y hábitos a veces ya deshabitados;
acciones idiosincráticas todavía distanciables de la sola necedad; pequeños e
inconfesados placeres; diálogos que, por complicidad, a veces precisan ya no
ser emitidos; convivencias precisas, acaso demasiado breves y esporádicas;
actitudes predispuestas –aun si enlazadas por un ansia todavía infantil por
aprender algo, lo que sea, que quepa dentro del espacio que de vez en cuando
habita la sorpresa para iluminar un día que ya nunca podría haber sido otro; y una
creciente lista de responsabilidades cumplidas por la tenacidad de un ejercicio
de disciplina acuñado con la certeza de que sí hay algo que puede hacerse para
seguir adelante, con mayor o menor entusiasmo, pero flotando de infalibilidad.
ese mundo individual,
selectivo, diseñado, privado de y
abrigado por, es el que despliega
murakami en un juego de estados y ‘lugares’ de conciencia. ese mundo es el que
nos hace recuperar de entre sus/nuestras propias murallas construidas para
observarle desde arriba y decidir si la cartografía en la que nos hemos
colocado es la que queremos habitar.
hace un par
de semanas me encontré con una obra de francisco tropa en la exposición el instinto olvidado curada por el
fundador de la galerie jocelyn wolff (parís); que la galería labor recibió como
primera parte de un intercambio de moradas. la ‘escultura’ de tropa
(posiblemente mejor definida como una instalación y sin embargo, por alguna razón
insisto en recuperar su apuesta corporal-formal de origen más tradicionalista),
quad, es también la huella de un
proceso definido por el artista a ser ejecutado cada vez que se monta para
exhibición la pieza. cuatro cubos de concreto sobre una plataforma de madera
pintada de negro mate descansan en sitios predeterminados entre granos de
arena. el curador me platicaba que la pieza inicia con los cuatro cubos
formados en línea sobre una mitad de la plataforma siguiendo el sentido más
largo de su extensión. así, uno a uno se van ‘rodando’ una, dos y tres veces,
variando su dirección y cantidad de alejamiento de su posición original. en
cada uno de estos movimientos, se debe esparcir sobre ellos arena, de tal forma
que sus estado o estadías de pasaje queden marcados en la plataforma como
contornos granulados pero precisos por acumulación ante la intransigencia de
sus bordes cuando estáticos.
sobre la
plataforma que resta casi a nivel de piso, se ve entonces el final del proceso
que creó la obra in situ, permitiendo
al espectador formar parte de una temporalidad que no hubo de cierto compartido,
pero que puede recrear en retrospectiva adivinando en reverso los movimientos
de cada uno de los pesados, aun si relativamente pequeños, cubos colados de
concreto blanco.
frente a
ella, los restos de lo habitable son tan evidentes como los momentos de los
grandes cambios; esos que hacen o deshacen una vida. como una especie de
condensado tablero de ajedrez, con escasas pero fundacionales posibilidades de
movimiento, los cuerpos cúbicos señalan por oposición los lugares que antes
tuvieron a un lado de esos otros que pudieron haber tenido; de haber destinando
otra tirada de dados, otro camino y fortuna, otro despliegue espacial y estético.
dejan imaginar las otras posibles combinaciones, variables pero finitas,
conforme afirman con la certeza de lo pasado, de lo ‘ya jugado’, el recorrer
efectivo del peso de sus cuerpos en el esfuerzo y precisión implicada en cada
movimiento.
la claridad
de vista por decisión, enlazamiento y tiempo que ofrece esa plataforma como
escenario de procesos de habitabilidad y condiciones de movilidad, deja ver,
como al final del libro de murakami, lo que hemos construido con lo que tenemos
y lo que hemos perdido. dependiendo de cuanto y cómo queramos o podamos sopesar
lo perdido ante lo ganado, lo liberado o lo descubierto, es que encontraremos
mayor claridad en los bordes de una u otra posición-en-trayecto de cada uno de
los cuatro cuerpos. como si fueran
oportunidades decisivas o etapas centrales en el andar de una vida, los
espacios recorridos, dejados, marcados o ignorados por los cubos confiesan (no
sin un pudor sumamente seductor) el estado exacto de su estar. sin juicios, sin
justificaciones, sin acompañamientos ni explicaciones sucintas o superfluas, el
pasaje que sus cuerpos han dejado en huella sugiere las razones de su actual
ubicación. como si sugiriéndonos que,
si tenemos la lucidez y honestidad necesaria para observarlo en la desplegable
visibilidad que depara la luz del día, podremos trazar el mapa de nuestro
propio andar, aun cuando parecíamos caminar entre pozos abatidos de oscuridad y
sombras colgadas de olvido; aun cuando exhaustos, con el agua al cuello, el
cuerpo expuesto y la voz enmudecida. la obra de tropa nos confirma con elegante
y brutal sencillez que el mapa de lo que hemos construido por mundo puede
darnos respuestas si nos atrevemos a hacerle verdaderas preguntas.
imágenes:
francisco tropa. quad. 2008 | cortesía
de galerie jocelyn wolff y labor
*dos reseñas de l'instinct oublié se publicarán proximamente dentro de mis recomendaciones en 'critic's picks' de artforum.com, así como en la revista animal de grupo habita
*dos reseñas de l'instinct oublié se publicarán proximamente dentro de mis recomendaciones en 'critic's picks' de artforum.com, así como en la revista animal de grupo habita