16 de mayo de 2023

de la serie 'breves relatos sobre lo intrascendente'


tengo un problema. poseo una sorprendente habilidad para fundir bombillas. entiendo que resulta difícil de creer y más aún de comprobar, pero es así. simbólicamente mi ‘habilidad’ empezó una noche hace 14 o 15 años cuando fundí la mitad del edificio donde vivía. sucedió cuando conecté una aspiradora al enchufe de mi recámara. en un instante —sin prender la aspiradora— la mitad derecha del edificio de seis pisos, se apagó. aquella noche estaba furiosa y frustrada. tenía una urgencia por ‘aspirar’, por remover el insoportable asentamiento de lo estatizado. necesitaba limpiar lo que fuera, quitar polvo, mejorar algo, tranquilizarme. 


de ese memorable apagón he dado lugar a un sin fin de ‘fundimientos’. suceden cuando estoy alterada y enciendo algún tipo de lámpara, de techo, de pie, de muro, de mesa o de mano. al paso de los años he constatado mi capacidad de fundir bombillas, aparatos, habitaciones y apartamentos. dejé de creer que esas sobrecargas eléctricas eran coincidencias recurrentes.


a este problema se suma la inestabilidad que me recorre cuando desenrosco una bombilla recién fundida. cuando la tengo en la mano, apenas iniciada la tibieza de sus bordes, me resulta imposible tirarla a la basura. y, en lugar de hacer lo que resultaría normal, es decir, depositarla sin mayor consideración sobre la pila de desechos inorgánicos, me detengo. los filamentos ya quebrados, quemados, rotos, son los que invariablemente me atrapan. cada vez, como la primera, esos delgadísimos hilos metálicos que cuando continuos, unen los polos, me vencen, sucede que son ellos finalmente los que me funden. tan sutiles y silenciosos, pudorosos e inteligentes, envuelven enroscados aquello que  imagino como la huella del espacio que ocupaba otro filamento, éste recto, directo, horizontal, inamovible e invisible, de aire solidificado. el filamento imaginario guía y mantiene en su sitio y a distancia cada uno de los giros, estrechísimos, que conducen la corriente eléctrica al encenderse una bombilla. es en ese condensado territorio casi deshabitado a la mirada cuando resuelvo no sólo impensable sino reprobable tirar ese cuerpo de delgadísimo vidrio que —excepto por esa mínima des-unión, que suele quemarse y trozarse casi siempre a la mitad del filamento enroscado— mantiene intacta su vulnerable integridad. 


una vez fundida, no encuentro una segunda razón para deshacerme de una bombilla.


fue la suma de ambas acciones —la primera impredecible, la segunda provocada— por lo que empecé a acumular una considerable cantidad de bombillas de distintos tamaños, ‘wattajes’, tonalidades, marcas, formas y orígenes. rechazado su tránsito al submundo de los desechos, he ido acomodando las bombillas en peceras redondas, también de vidrio, de tal manera que queden siempre a la vista. así reposan como burbujas vidriadas una y todas las bombillas que, por injerencia mía o no, en su momento dejaron de iluminar. lo hago pues encuentro en un objeto de tan sencilla y apacible estética, escueta y exacta manufactura, como es el cuerpo de una bombilla, un recordatorio sobre la extrema fragilidad que protege la infinita potencia de la electricidad. discreto y delicado objeto que, cuando fundido, abre el tiempo de su existencia al infinito, deslindado del apremio de su destinada caducidad, para permitirme observar en su interior la creación de algo perfecto. de tal suerte que, cada vez que fundo otra bombilla me detengo a admirar con asombrada atención ese sencillo mecanismo que porta en sí la posibilidad de contemplar sus entrañas también de noche.

carta a mi familia...


esta noche me di cuenta de que hace no sé cuantos años, o quizá toda mi vida, he buscado alguna versión de lo invisible. pues sí, en todos estos años me he dado cuenta de que lo invisible tiene versiones, gradientes, variables, potencias, creo que incluso valencias químicas –más allá de las asignadas en la tabla periódica de elementos.


lo evidente, lo que aparentemente vemos uno o todos como lo que es, nunca me ha interesado demasiado. por eso no veo noticieros, pocas veces leo los periódicos y no confío en las opiniones generalizadas sobre nada.


a algunos puede parecer esto cuestionable, quizá incluso un tanto arrogante, pero lo he aprendido a pulso, en silencio, con mucha paciencia. pues en todo mi trabajo, desde mi primer artículo en el periódico excelsior (cuando aún tenía una gaceta cultural los domingos y donde empecé a escribir crítica de arte a los 22 años), hasta el último proyecto entre los tres o cuatro que tengo esbozados para mi primera investigación posdoctoral a los 47 años que he vivido, en todo eso y lo mucho que ha habido entremedio, puesto o no por escrito, no resultaría difícil encontrar como hilo conductor ese interés por lo que no es obvio, ni evidente y, quizá, sobretodo —y ese es el reto que imagino me mueve por dentro— desgranar la intuición que me nace ante lo improbable. y hablo de lo improbable no en el sentido de la probabilidad, sino en tanto que nombra aquello que no puede probarse, comprobarse, al menos no con los sentidos en los que más confiamos, iniciando claro, por la vista.


pero buscar lo invisible tiene sus problemas, o sería mejor decir, sus agujeros, como esos pozos que habitan dentro del mar hechos por corrientes de agua circulares, incontrolables, mortales y fascinantes. a veces resulta inevitable caer en esos agujeros, que me gusta imaginar mucho tienen que ver con los hoyos negros en el espacio —de los que por cierto quiero escribir en mi siguiente libro, pero de los que aún me falta, por principio, mucho tiempo de investigación; en segundo, capacidad de comprensión; y en tercero, por supuesto, habilidad para hacer 'asible' de alguna forma uno de los misterios más maravillosos (a mi parecer) del universo.


así resulta que entre esos pozos, remolinos o agujeros centrífugos, lo invisible se guarda, por obligación a su esencia, de quienes intentamos acercarnos. yo lo he hecho siempre por entradas ‘laterales’ digamos; puertas que nunca anuncian lo que buscan encontrar al otro lado. sería ésta una manera de describir la intuición, como una puerta que uno sabe que tiene que abrir sin certeza alguna de lo que encontrará detrás, pero sabiendo que lo que hay detrás es justamente lo que 'se necesita' encontrar.


y creo que, a mi modo, he encontrado en las palabras y el inmenso disfrute que convierte mi vida en un tiempo no sólo sustancial sino absolutamente memorable, imprescindible para mí, he encontrado un cierto ritmo para poder acercarme respetuosamente a lo invisible. y cuando sucede que entre las frases lo encuentras, te encuentras ante eso que antes no tenía nombre, que nadie más había visto, y que no se había escrito de ésta o de ninguna otra forma —similar, cercana o completamente disímbola— es como si el mundo te regalara un pedacito de su maravilloso orden de existencia. pues nada es por azar, esto he aprendido también queriendo acercarme a lo invisible, todo tiene un sentido preestablecido y preexistente. saberlo ver o poderlo leer esa es la historia, el reto, la tarea. y no son muy frecuentes las veces en las que sabemos cómo leerlo, pero sí, y consecuentemente con lo que acabo de afirmar, cuando logramos entender esos sentidos, es como si esa misma maravillosa, divina ingeniería, se confirmara a nuestros ojos, como un secreto que sólo se nos ha dicho a uno, a cada uno, su propio y singular secreto, una sola vez, al oído. 


por eso es, por ejemplo, que me afano tanto en cultivar el silencio. pues si no estás poniendo atención cuando la vida te susurra los compases que enhebran la sinfonía que antes de ese preciso y único instante, parecía en el mejor de los casos un caos irreverente, muchas veces irreversible, doloroso y, si no sabes escucharlo, leerlo o al menos deletrearlo, es muy posible que sólo parezca una fuerza tan irrefrenable como injustificable, de destrucción.


ahora, el otro lado de esta moneda de mil caras, sucede cuando lo invisible te encuentra a ti. y sucede, claro, cuando menos lo esperas, cuando parece tan absurdo como inconveniente. pero sucede. nada avisa, nada pregunta, nada perdona y pareciera que nada olvida, aunque incluso nosotros ignoremos qué fue lo que dentro de cada uno sí hicimos a un lado tratando de olvidar, lo invisible no se hace, como digo, en el momento más abrazador y/o abrumador, lo encuentras o te encuentra.


pero, ¿a qué viene esto ahora, justo hoy, en medio de esta incesante vorágine escondida de lentitud? pues porque creo que a últimas fechas, meses, años, décadas, semanas, días, horas, micras de segundo, lo invisible nos ha encontrado a cada uno de nosotros en lo individual, en privado, en silencio, en intimidad; pero también en conjunto, como grupo, como familia. nos ha encontrado y como sucede con lo invisible cuando decide aparecerse, nos ha cimbrado desde lo más profundo a cada uno a su modo, en sus tiempos, formas y capacidades de contención, negociación y escucha sobre su intensidad.


y me he dado cuenta que, cuando lo invisible nos ha apresado a todos de un solo manotazo, resulta que, a pesar de todo el remolino que comporta, acontece de una forma mucho más ‘llevadera’, soportable, incluso, amigable, que cuando llega en individual.


por supuesto, uno nunca escoge, cuándo ni cómo su vida será —casi por entero, o por completo en lo que hasta entonces considerábamos que era nuestra integridad— desvencijada, o como gustan decir por ahí ‘puesta a prueba’.


he tenido mucho tiempo, muchas palabras, muchos silencios y muchas imágenes encontradas agradecidamente en el arte como en la naturaleza como en un gesto bondadoso inesperado y anónimo, para entender que —cuando lo invisible se materializa en la forma de un tumor del tamaño de una toronja, de una enfermedad insospechada, de una inserción quirúrgica invasiva y lacerante; de una condición aparentemente inaguantable más allá de lo que de origen uno cree que podrá aguantar si acaso unos cuantos días y no más; no se trata de ‘pasar ninguna prueba’. 


curiosamente se trata, en cambio, desde mi experiencia y reflexión al respecto, de seguir buscando lo invisible aún dentro de lo que ya se ha hecho brutalmente visible en nuestro insospechado y desde entonces para siempre envidiable cotidiano, antes de ese día, esa cita, esa frase, ese estudio en el que lo invisible se presentó con nombre, apellido y consecuencias.


¿por qué pues he encontrado que esos momentos no suponen ni exigen de nosotros el talante y la decisión de asumir el mal rato, o tanto peor –la noticia, el diagnóstico– presente, futuro, como una prueba por pasar lo más airosamente posible? ¿por qué creo que la mejor (y a mi entender, única) estrategia es seguir buscando lo invisible entonces? ¿cómo hacerlo? ¿buscando qué? o, ¿para qué?


válidas preguntas, vanas aparecerían casi todas las respuestas que buscaran convencernos de una forma más compleja o mejor fundamentada en su argumento que lo que pienso al respecto y quiero darles hoy a ustedes, mi familia. mis razones para seguir buscando lo invisible aún cuando una (supuesta) y brutal realidad está apostada en tu regazo, sobre tu cabeza, dentro de tu cuello, tu pecho, tu espalda o tus intestinos, está en que si no lo haces, si no lo sigues persiguiendo, si no sigues encontrando el sentido de la intuición en los detalles minúsculos que por segundo perdemos si no estamos atentos en el agradecimiento de estar vivos, nos quedaremos, nos quedamos, sólo con lo ‘visible’, con lo ‘comprobado’, con lo asignado, con lo que ya tiene un nombre —que en la mayoría de los casos supone de suyo una sentencia. ¿y les pregunto entonces, tiene sentido quedarse tan sólo con eso? ¿ con esa parte de la realidad? que por cierto, es una parte tan minúscula de todo ese vasto universo que esconde lo invisible, que incluso podría caber la frase, como símbolo, como imagen, más que como enunciación del vaso de agua (ya sea, “ahogarse en un vaso de agua” o, aquella de ver el vaso medio vacío o medio lleno).


podría seguir explorando entre las letras, las ideas y las ansias por hacer de las palabras un abrazo que nos abarque a todos y nos mantenga unidos, albergado, cobijados, juntos y protegidos, pero entiendo que este pequeño escrito necesita sembrar ya su sentido —primero y último— con la contundencia de un final que, de haberlo hecho bien, no será sino un principio.


y digo que sigamos buscando lo invisible en el afuera, desde la hormiga que avanza temerosa y ágil entre los afilados e inciertos bordes de una hoja de pasto más larga y recta que el resto, hasta el último descubrimiento de la posibilidad de regeneración neuronal; como —y he aquí lo más importante, y posiblemente lo que parezca más difícil (aunque desde ahora puedo asegurarles que es infinitamente más sencillo de lo que se puede escuchar como reto)— busquemos el poder de lo invisible, su inimaginable magnitud, potencia y milagro dentro de nosotros. en los pequeños gestos que antes no acostumbrábamos hacer, quizá ni se nos ocurrían; en los cambios ‘menores’ de actitud pero con inmensamente positivas consecuencias; en la mano que es tendida antes de que quien la necesita la pida o siquiera note que la va a necesitar en un par de minutos más; en la observación atenta de todo lo que hay por hacer entre y para quienes aquí estamos reunidos por amor, por familia, por vida, por fe, por esperanza, por continuar la salud, pero sobretodo por mantener y potenciar la alegría por la vida que siempre ha alimentado el alma y hacer de nuestros padres. del padre que se ha ido y, sobretodo, de la madre que sigue aquí, pese a todo.


pues resulta, al final —que como he dicho, jamás será el final sino el principio de lo que habremos de ser todos, en lo personal como en familia— si hacemos de/con lo visible, el milagro de lo invisible, será dentro de cada uno donde encontremos tanto y todo de lo que hasta ahora no hemos sabido ver, encontrar, reconocer, nombrar o describir. todo eso que tenemos dentro pues compartimos los mismos genes con ligeras mutaciones, sí, pues hagamos de esos pequeños y fundamentales giros genéticos el tiempo para convertir nuestras diferencias en destellos de lo invisible, de lo indecible, de lo inconmensurable, de lo infinito, de quienes somos y de quienes provenimos.