15 de septiembre de 2016

entre un cuerpo funambulista y su mirada


hace un par de meses que conocí la obra de james reeve, pintor británico, amante de xilitla, la huasteca potosina; y, apasionado por los diez años en los que vivió en la ciudad de méxico. al devenir de su desarrollo artístico, reeve se ha dedicado a retratar con exhaustivo detalle a todo tipo de personas con las que se encuentra; claro, aquellos sujetos que a él le parecen interesantes, diría incluso seductores por algún motivo ya sea biográfico, fisionómico o quizá por algún elemento de la historia íntima, personal, que al espectador no le queda más que intuir. esta parte, de hecho, puede ser tremendamente divertida. [he de comentar que si bien reeve es seriamente reconocido por sus retratos —saatchi gallery lo representó durante muchos años—, sus paisajes, obras ‘urbanas’ y vistas arquitectónicas, son realmente excelentes en la intuición y capacidad de valoración intuitiva.]

recuerdo con especial detalle un retrato que, desde el instante en el que lo observé detenidamente, regresa a mi memoria en los momentos más inesperados, entre los muchos retratos que, hace ya varias semanas exhibió el museo diego rivera en guanajuato, en las nuevas salas destinadas a la inclusión de muestras de arte contemporáneo local y extranjero que se anexaron y adecuadamente acondicionaron—esfuerzo que aplaudo— donde fuera casa de nacimiento e infancia del pintor mexicano que dio hizo presente el arte moderno mexicano, en el extranjero.

la pintura en óleo es de una mujer vieja, pequeña —más pequeña incluso de lo que sería sino posiblemente por su condición o estado irreversible; pues la mujer está en silla de ruedas a la que parece estar casi adosada de tantos años de uso cómplice. su mirada viene de lejos inquietante, pero al ir acercándose, es como si uno fuera recorriendo la historia de la mujer hacia atrás, hasta el momento en el que felizmente trabajaba como como equilibrista —atracción principal— en el barnum & bailey circus. durante una de sus presentaciones, cayó al suelo desde una gran altura, se rompió el cuello. quedó paralítica. era realmente joven cuando el accidente. y esa mirada, la que en ella permanece y en el fondo deja ver que todavía anhela otro destino (o, si acaso una última oportunidad funambulista), este deseo sabido imposible, es lo que reeve capta con una asombrosa empatía y reveladora claridad; resultando así en una imagen realmente avasallante.

un cuerpo al que lo que le interesaba era poder no sólo moverse de mil maneras poco comunes, sino volar se postra ante nosotros toda una vida condenada al no-movimiento corporal; sentenciada a y a pesar de los años acumulados sobre el cuerpo y el rastro arrugado, en el cuadro de reeve (óleo s/ tabla o tela por lo general), la mirada aún muestra una estancia de juventud aún-no-truncada, inquebrantablemente embelesada por la posibilidad de seguir suspendida en el aire, etérea, desafiando toda ley de peso y gravedad. esa es la mujer que nos ve y es esa mirada la que no puedo sacarme de la cabeza. ¿por qué?

quienes conocen mi historia personal y mi condición presente seguramente contestarán esta pregunta sin demora y por obviedad. pero quizá la respuesta no necesariamente es tan sencilla; quienes no saben nada de ‘eso’ —y es ese grupo el que me interesa en este momento— posiblemente sientan una inquietud vestida de duda. 

entre todos los retratos de personas/personajes de toda condición, estirpe, origen y complexión reunidos entre las salas del museo, ella es la única que está ahí, como si desamparada. y sin embargo, es la única, entre todos los y las otras que durante décadas han posado para reeve, la joven equilibrista atrapada en un cuerpo viejo, es la única que mantiene una mirada esperanzada. todos los demás —a pesar de las poses gallardas o seductoras, casuales o elegantes en cuya faceta han decidido ser retratados parecen seguros de sí mismos, de la silente memoria de sus historias privadas y de los por qué’s de su presente. pero son los ojos de cada uno (como sucede con los retratos de otro guanajuatense, hermenegildo bustos, reconocido heladero —entre una decena de oficios que con equivalente detallle y respeto llevaba a cabo en su pueblo) creó uno de los cuerpos de obra más significativos en el registro del retrato durante el siglo xix), son los ojos los que no pueden ‘posar’, les resulta difícil, si no imposible, mentir, sobre el estado de soledad que los marca por dentro y que exhalan —seguramente sin intención, capturados por la mirada y la mano maestra del pintor. ese atento y pulido maestro británico detenido finamente sobre cada detalle; inmiscuyendo aquí y allá bichos de toda clase, que aparecen en todas sus obras (sin justificación evidente); así como sucede también con los perros.

supongo pues que es por esto que se ha quedado fundida en mi memoria la imagen de esa joven-vieja en silla de ruedas; porque sólo en ella encuentro eso que dentro permanece como una luz de una esperanzada juventud que ignora el paso del tiempo. [otra explicación posible para no-definir el punctum bartheano]

quiero tanto que, de llegar a la vejez, mis ojos mantengan algo de ese secreto cómplice consigo mismo, pleno de seguridad, desnudo e iluminado

difícil tarea sin duda, aguantar los embates de la vida sin perder ese brillo, sí, pero no imposible. no imposible. igualmente difícil debe ser capturar en una pintura la calidad de esa mirada que sigue sintiendo a lo lejos la tensión de un alambre casi invisible que recorre el aire contenido en una carpa; difícil como atrapar la soledad —intentando hacerse digna y altanera— pero reeve lo sabe, y quienes quieren verlo lo notan enseguida. la obra no está en los mil y un detalles magistralmente reproducidos de contextos imaginados (pero reales),  yuxtapuestos y recordados. la fuerza de esas obras está presa en los ojos de cada cuerpo posado-en-personaje. la mirada no miente cuando se atreve a ver de frente algo que quizá ha esquivado toda la vida, y ese esa no-mentira la que la envejecida equilibrista sostiene con candidez y un dejo —claro— de convicción… como si pensando para sí, “es sólo cuestión de tiempo; pronto volveré a trepar hasta ese último peldaño y estaré lista para sorprender a la audiencia con la agilidad de mi cuerpo suspendido en el aire. únicamente necesito un poco más de tiempo y paciencia para que vuelva a sorprenderme la vida, volando.”

                                                                                                         marcela quiroz 

 guanajuato, septiembre 12, 2016

2 de septiembre de 2016

de ser cierto, ya no habría más limones


es tristemente común escuchar una y otra vez la siguiente frase: “cuando la vida te da limones, haz limonada.”

este consejo de ‘sabiduría existencial’ popularmente adoptado y extendido (desde su origen sin duda anglosajón [inventada quizá por algún ‘creativo’ de Hallmark a inicio de los 80): “When life gives you lemons, do lemonade.) parece tranquilizar, e incluso motivar a aquellos quienes lo escuchan cuando están inmersos en una situación de la que no ven cómo salir (si es que van a ‘salir…’), pero no pueden —o realmente no quieren— seguir en ella.

sin embargo, ¿por qué no pensar en otra alternativa para este asunto de los ‘limones’?

limonada no es lo único que puede hacerse con ellos. de hecho, sus posibilidades de uso son infinitamente más variadas de lo que muchos imaginarían. de tal suerte que, si hubiera de adoptar —muy a mi pesar, pues detesto la frasecita— ese ‘consejo de vida’, lo alteraría de la siguiente manera: “cuando la vida te da limones, haz lemoncello.”

¿por qué?

empecemos no sólo por su delicada y efectiva capacidad ‘desestresante’ (del lemoncello, claro), sino porque en el proceso que tarda su creación, digamos: el tiempo de los limones —es decir en estos casos, el nuestro— se ve obligado a detenerse, a observar, a escuchar, a conocerse más (o al menos uno poco). y detenido el tiempo de desesperada búsqueda por ‘hacer’ algo con esos limones, la vida empieza a develar sus matices. los problemas muestran otras facetas, las preocupaciones se entienden desde otro lado y las angustias dan cuenta de su carencia absoluta de sentido o de nuestra absoluta carencia de lucidez.

esperar el tiempo que requiere hacer lemoncello es un reto contra la adversidad y la urgencia por comprobarse —a uno mismo— (tanto como al entorno) que no nos dejaremos vencer por media docena de limones.
esperar no es rendirse, es un acto/acción/decisión/condición de lo más complicado que se le puede pedir a la conducta cotidiana: tener paciencia. [de hecho, es muy probable que de haber tenido y ejercido la paciencia necesaria de origen, no habría uno acabado escuchando “pues mira, si la vida te da limones…”.]

sea pues momento de perforar y deslizar el sentido de este particular y tan bien recibido consejo popular y ‘darnos el lujo’ —siendo que ciertamente ante los problemas, darse tiempo, es un lujo— de esperar a que maceren las cáscaras de limón, el azúcar y el toque de alcohol que requiere el reposo de la futura bebida italiana de tan alegre nombre.
no será la primera vez que tengamos que tener paciencia —por ganas, necesidad, urgencia u obligación—, ni será el único momento en el que podamos aprender mucho de ello si nos decidimos a verla efectivamente como un ‘lujo’, y no como un estancamiento, una condena —esperanzadamente pasajera.

así que, mi consejo de hoy es como una de las creaciones de la casa de moda francesa, central saint martin (csm), presentó hace unos meses en la semana de la moda en londres como parte de su colección otoño 2016. un ‘atuendo’ para mujer con un diseño en color mostaza en seda satinada-semimate, de gabardina corta y pantalón, iguales en color y textura, holgados pero afianzados seriamente en la cintura, zapatos negors altos y cerrados. si bien lo interesante no es esto sino que la modelo cubría toda su cabeza —rostro, cráneo e incluso parte del cuello— con una especie de capucha de finísimo tul blanco en varias capas que impedía verle el rostro. sobre ella, a la altura de los ojos, una sola frase bordada en letras negras en manuscrita diciendo, con la siguiente frase, orden, consejo o consigna: “don’t cry.”

en esta imagen se avista un paralelo perfecto a la absoluta ineficacia del ‘hacer limonada’ que tanto se recomienda, cuando se siente que la vida se está yendo por la alcantarilla con alarmante velocidad y no necesariamente por motivos inteligibles (o al menos no comprensibles en esos momentos de pánico). siendo que, no sólo no vemos lo que es ‘eso’ que está ‘mal’, sino que nos nublamos en capas extra lo que podría ser una mirada más limpia, integral y claro, enterada de los diversos ángulos de ‘ataque’-por-espera de las condiciones ante las que nos sentimos indefensos.

no. por lo general, escondemos la cara y nos obligamos a hacer lo que sea necesario para —a nuestro entender y el del común social— actuar velozmente frente al surgimiento de un pequeña pero intenso drama, o una catástrofe potencialmente destructiva. dando cuenta con ello que no nos hemos dado por vencidos y que estamos desde-ya, ‘resolviendo’ la situación.

de nuevo, no. no va por ahí, eso sí es seguro.

por principio y sencillamente por el intenso desgaste que supondrá para todo y todos los implicados. con la confianza propia y si es necesario silenciosa [aún si absolutamente solitaria y posiblemente criticada por nuestros allegados] sabiendo que la maceración (es decir la espera=‘no hacer nada’) trae siempre consigo el sabor agridulce y seguro de la batalla ganada al ritmo que el problema requería; y no, al ritmo al que frenéticamente quisimos o rogamos por poder darle salida, muerte, resultado o solvencia.

lemoncello.

quitar las vendas del rostro —siguiendo sí el consejo bordado en negro por csm para, en cambio, poder usar esa bellísima en su agresiva y sutil malla de encaje, para hacernos de unos guantes que suban acariciando apenas el borde de la muñeca;  convirtiendo la espera en un experiencia mucho más estética y amable, cuanto posiblemente erótica e inteligente.

los ‘problemas’ se resolverán a su ritmo, en forma, condición y materia predestinada por más ‘limonada’ que queramos o intentemos hacer. lo que sí resulta vital es mantenerse en todo momento atento a las señales, y no ignorar cualquier indicio de posibilidad de acción, en pos de una falsa velocidad resolutoria. [cuidado: tampoco implica no hacer nada y punto.]
dicho lo anterior, no queda más que brindar por aprender a saborear esa espera cautiva en ‘tiempos de limones’.



marcela quiroz
septiembre, 2016


de ser cierto, ya no habría más limones


es tristemente común escuchar una y otra vez la siguiente frase: “cuando la vida te da limones, haz limonada.”

este consejo de ‘sabiduría existencial’ popularmente adoptado y extendido (desde su origen sin duda anglosajón [inventada quizá por algún ‘creativo’ de Hallmark a inicio de los 80): “When life gives you lemons, do lemonade.) parece tranquilizar, e incluso motivar a aquellos quienes lo escuchan cuando están inmersos en una situación de la que no ven cómo salir (si es que van a ‘salir…’), pero no pueden —o realmente no quieren— seguir en ella.

sin embargo, ¿por qué no pensar en otra alternativa para este asunto de los ‘limones’?

limonada no es lo único que puede hacerse con ellos. de hecho, sus posibilidades de uso son infinitamente más variadas de lo que muchos imaginarían. de tal suerte que, si hubiera de adoptar —muy a mi pesar, pues detesto la frasecita— ese ‘consejo de vida’, lo alteraría de la siguiente manera: “cuando la vida te da limones, haz limoncello.”

¿por qué?

empecemos no sólo por su delicada y efectiva capacidad ‘desestresante’ (del limoncello, claro), sino porque en el proceso que tarda su creación, digamos: el tiempo de los limones —es decir en estos casos, el nuestro— se ve obligado a detenerse, a observar, a escuchar, a conocerse más (o al menos uno poco). y detenido el tiempo de desesperada búsqueda por ‘hacer’ algo con esos limones, la vida empieza a develar sus matices. los problemas muestran otras facetas, las preocupaciones se entienden desde otro lado y las angustias dan cuenta de su carencia absoluta de sentido o de nuestra absoluta carencia de lucidez.

esperar el tiempo que requiere hacer limoncello es un reto contra la adversidad y la urgencia por comprobarse —a uno mismo— (tanto como al entorno) que no nos dejaremos vencer por media docena de limones.
esperar no es rendirse, es un acto/acción/decisión/condición de lo más complicado que se le puede pedir a la conducta cotidiana: tener paciencia. [de hecho, es muy probable que de haber tenido y ejercido la paciencia necesaria de origen, no habría uno acabado escuchando “pues mira, si la vida te da limones…”.]

sea pues momento de perforar y deslizar el sentido de este particular y tan bien recibido consejo popular y ‘darnos el lujo’ —siendo que ciertamente ante los problemas, darse tiempo, es un lujo— de esperar a que maceren las cáscaras de limón, el azúcar y el toque de alcohol que requiere el reposo de la futura bebida italiana de tan alegre nombre.
no será la primera vez que tengamos que tener paciencia —por ganas, necesidad, urgencia u obligación—, ni será el único momento en el que podamos aprender mucho de ello si nos decidimos a verla efectivamente como un ‘lujo’, y no como un estancamiento, una condena —esperanzadamente pasajera.

así que, mi consejo de hoy es como una de las creaciones de la casa de moda francesa, central saint martin (csm), presentó hace unos meses en la semana de la moda en londres como parte de su colección otoño 2016. un ‘atuendo’ para mujer con un diseño en color mostaza en seda satinada-semimate, de gabardina corta y pantalón, iguales en color y textura, holgados pero afianzados seriamente en la cintura, zapatos negors altos y cerrados. si bien lo interesante no es esto sino que la modelo cubría toda su cabeza —rostro, cráneo e incluso parte del cuello— con una especie de capucha de finísimo tul blanco en varias capas que impedía verle el rostro. sobre ella, a la altura de los ojos, una sola frase bordada en letras negras en manuscrita diciendo, con la siguiente frase, orden, consejo o consigna: “don’t cry.”

en esta imagen se avista un paralelo perfecto a la absoluta ineficacia del ‘hacer limonada’ que tanto se recomienda, cuando se siente que la vida se está yendo por la alcantarilla con alarmante velocidad y no necesariamente por motivos inteligibles (o al menos no comprensibles en esos momentos de pánico). siendo que, no sólo no vemos lo que es ‘eso’ que está ‘mal’, sino que nos nublamos en capas extra lo que podría ser una mirada más limpia, integral y claro, enterada de los diversos ángulos de ‘ataque’-por-espera de las condiciones ante las que nos sentimos indefensos.

no. por lo general, escondemos la cara y nos obligamos a hacer lo que sea necesario para —a nuestro entender y el del común social— actuar velozmente frente al surgimiento de un pequeña pero intenso drama, o una catástrofe potencialmente destructiva. dando cuenta con ello que no nos hemos dado por vencidos y que estamos desde-ya, ‘resolviendo’ la situación.

de nuevo, no. no va por ahí, eso sí es seguro.

por principio y sencillamente por el intenso desgaste que supondrá para todo y todos los implicados. con la confianza propia y si es necesario silenciosa [aún si absolutamente solitaria y posiblemente criticada por nuestros allegados] sabiendo que la maceración (es decir la espera=‘no hacer nada’) trae siempre consigo el sabor agridulce y seguro de la batalla ganada al ritmo que el problema requería; y no, al ritmo al que frenéticamente quisimos o rogamos por poder darle salida, muerte, resultado o solvencia.

limoncello.

quitar las vendas del rostro —siguiendo sí el consejo bordado en negro por csm para, en cambio, poder usar esa bellísima en su agresiva y sutil malla de encaje, para hacernos de unos guantes que suban acariciando apenas el borde de la muñeca;  convirtiendo la espera en un experiencia mucho más estética y amable, cuanto posiblemente erótica e inteligente.

los ‘problemas’ se resolverán a su ritmo, en forma, condición y materia predestinada por más ‘limonada’ que queramos o intentemos hacer. lo que sí resulta vital es mantenerse en todo momento atento a las señales, y no ignorar cualquier indicio de posibilidad de acción, en pos de una falsa velocidad resolutoria. [cuidado: tampoco implica no hacer nada y punto.]
dicho lo anterior, no queda más que brindar por aprender a saborear esa espera cautiva en ‘tiempos de limones’.



marcela quiroz
septiembre, 2016