12 de febrero de 2016

fragmentos sobre lo impenetrable


hay una forma de dejar ir, sólo una. lo que cambia es el tiempo en el que haces que suceda esa ‘ida’. cuando mueves el arco de cierta manera, extiendes la última nota hasta su último reverbero, como si quisieras que nunca terminara. y quizá, algunas veces, no terminará. será un eco que quede dentro como un recuerdo silenciado, precioso, pero silenciado. depende de la presión que apliques sobre la cuerda con el arco. es esto lo primero que entiendo durante mi primer ensayo a puerta cerrada entre un cellista y un violinista en el salón de una antigua casona guanajuatense.

si vas soltando la presión poco a poco, la nota se extiende. sí, es cierto —sucede casi visualmente— la ves irse del cuerpo, del instrumento, de la cuerda, del arco, de las manos, del espacio y del alma; sucede cuando sigues el movimiento de la mano con el arco hacia fuera.

fue viendo esa nota irse que lo entendí; en esa primera nota aprendí los distintos tiempos de la desaparición y los decrecientes grados del desaparecer; aprendí también que sólo hay una manera de hacerlo. desaparecer es dejar ir.
entonces, sentada a unos pasos del hombre que ha cambiado, ya para siempre, mi vida, me preguntaba: ¿qué es lo que se va?; ¿qué desaparece cuando se deja ir esa nota alargada? pues, a pesar del ruido y a pesar del silencio, a veces el cuerpo la sigue escuchando, sigue sintiendo la lejanía de su vibración y a pesar de —todo está ahí— el cuerpo, las manos, el cello, la escucha, la irrenunciable vibración.

¿qué fue entonces lo que desapareció esa primera tarde?

hace muchos meses escribí un texto para mí, sólo para mí (de ese tipo de textos, los que sólo escribo para leerlos yo, hago pocos) pero ese era esencial porque quería entender qué es lo que me provocaba esa fascinación por la música que produce un solo instrumento: el cello. recuerdo  bien que en esos párrafos intentaba explicar por qué generaba en mí tantas otras sensaciones dentro que aún no sé describir; acontecimientos que nunca he sentido en el cuerpo de mi cuerpo escuchando ningún otro instrumento, alejado, ya para siempre,[1] de otro sonido.

supongo que en ese escrito no mencioné —pues no lo sabía con esta certeza— la abiertamente erótica relación que mantiene el instrumento y su intérprete cada vez que se tocan. es un entendimiento corporal que habita otro tipo de espacio y cadencia del que pudiera querer asirse cualquier otro instrumento y, adivino, todo cuerpo despierto.

de la cintura hacia abajo parece que el cuerpo-que-toca está ya desde siempre vencido, entregado al instrumento, a su merced, gustoso y sin preguntas.
pero el rendimiento tiene una contraparte, igualmente fuerte. creo que lo que estoy por relatar quizá no sea un gran descubrimiento, lo sé. de hecho, lo dijo la física hace cientos de años: “a toda acción corresponde una reacción de la misma intensidad pero en sentido contrario.” pero verlo suceder, todo, ambas acciones/reacciones a un mismo tiempo en un mismo cuerpo es algo que quita el aliento y roba las palabras antes siquiera de poder ser enunciadas, antes de ser incluso pensadas.

es el cuerpo: los brazos, los hombros y la espalda dan cuenta de una fuerza que parece invencible. dejan ver el absoluto dominio de sí mismos. la tensión es perfecta, clara y sin tribulaciones idiotas.[2] esta ahí y no para otra cosa sino para hacer suyo ese instrumento; para sacar de él todos los sonidos y tempos que entonces —ese mismo cuerpo— puede apenas imaginar.

“y la música comienza. poco a poco. ahora a toda velocidad. el techo desaparece y naturalmente flotas; flotas arrancado, arrastrado, llevado, elevado, en alas y por esa infinita y constante cadencia…” algo así es lo que decía reinaldo arenas —uno de mis dos escritores favoritos. pero arenas hablaba sobre el sonido del tecleo de las manos sobre una vieja máquina de escribir, no de música; y a su vez, sí, por supuesto que hablaba de música —ahora me doy cuenta, hasta ahora me doy cuenta. otra coincidencia destinada.

la batalla comienza, el enamoramiento, la dulzura, el cuidado, la entrega. todo está ahí, frente a mí, entre ellos. el mundo nace y muere ahí dentro, entre ellos que son cuerpo y cello. yo observo, escucho y trato de escribir, pues es esto lo que hago cuando el mundo me destroza y me maravilla, escribo. escribo para decir que entre ellos el aire se ha vuelto el mismo, la respiración, el dolor, la delicia, la razón. y es así. ¿qué más pudiera importar?, me pregunto. existe incluso lugar, sentido, tiempo ¿para algo más, para alguien más?

la respuesta me resulta tan obscena como la pregunta. dejo de escribir y me doy cuenta de que escribo porque estoy aterrada, atemorizada de dejar de ser-oración y ver si esto que estoy respirando entre notas que me transforman, es la vida. me atrevo a levantar la mirada, me separo de un golpe —como si[3] mortal— de la hoja, de las palabras, de mi mundo impenetrable, de mi cadencia. dejo de escribir para verte y es esto lo que veo. he aprendido a escuchar.

marcela quiroz
guanajuato, mx, 19 de noviembre, 2015





[1] esta figura autoral —‘ya para siempre’— será explicada en su integridad en los siguientes movimientos de este libro que aquí y así comienza.
[2] Pensando la idiotez en el ‘tono’ que configura el idiota de dostoievski.
[3] Ese ‘como si’ al que recurriera jacques derrida, retomándolo a su vez del inmenso pensador árabe-egipcio, edmond jabès.

10 de febrero de 2016

desencuentros y reiteraciones | eisenstein en guanajuato

la sola asociación cinematográfica que convocan los nombres sergei eisenstein y peter greenaway sería suficiente para imaginar un sin fin de excitantes conjunciones con una potencia dirigible en infinitas e inesperadas direcciones —aún, como es el caso que aquí nos ocupa— sabiendo que el tema/tiempo al que habría que ceñirse es breve siendo que atiende exclusivamente los diez días que eisenstein visitó guanajuato, méxico. enunciar en un mismo proyecto ambos cineastas hace casi imposible no creer, como si (pace derrida) con garantía absoluta, que se va a encontrar uno en la oscuridad de la sala inmerso en un cuerpo cinematográfico estética y/o históricamente sustancial, digamos incluso ‘importante’ dentro de la historiografía fílmica tanto del autor ‘vivo’, como del autor referido, como del género cinematográfico en sí mismo.
desafortunadamente, lo que quedó en mí fue —por decirlo de la manera más ‘políticamente correcta’ (por el momento) un azoro bastante mayor a las  altas expectativas con las que asistí al esperado estreno de eisenstein en guanajuato (2015) dirigida por peter greenaway.
así, sobre mi experiencia como espectadora (digamos ‘medianamente conocedora’ tanto del contexto del filme como de los personajes en cuestión) el efecto y/o ‘resultado’ gestado fue muy claro: una trágica decepción imposible de justificar.

para empezar habría pues que decir que lo único que consiguió greenaway en ésta, su más reciente obra cinematorgráfica fue rodar, editar, montar y presentar al mundo una aburridísima película pornográfica ‘ligera’ plena de figuras desenlazables e inexactitudes históricas, entre otras varias ‘fallas’, ausencias o desintereses ‘contextuales’ —en el más amplio sentido del término. lo que supongo devela aquello que al muy reconocido director británico le pareció ‘suficiente’ información documental (tanto en cantidad de ‘material’ como en calidad, contenido, intención, significación, pertinencia, necesidad, etc., y sus posibilidades de relectura contemporánea) para crear a partir de ello una especie de engarzamiento por (des)encuentros físicos y simbólicos cinemtográficos; así como una dudosa ‘continuidad’ entre situaciones que ‘pudieron’ haber sido posibles (ya bastante criticadas y puestas en duda por numerosos y respetados críticos y especialistas en cine europeos).
configuraciones que aparentemente greenaway decidió precisas y suficientes para crear un filme astuto, inteligente y hábil para desarrollarse sobre su propia estructura —como hasta ahora lo había hecho en incontables ocasiones durante su notable carrera como director.
pero no esta vez.
tristemente, con eisenstein en guanajuato greenaway nos obliga a conformarnos con un abiertamente trágico (por la absoluta evidencia de una infinidad de carencias para un cineasta de su trayectoria) filme mini-biográfico (si tal) del brevísimo tiempo que durante la primera mitad del siglo xx, pasó el director soviético sergei eisenstein reconocido mundialmente —si tan sólo por la maestría creativa cuya revelación visual convirtió su filme battleship potemkin (1925) en un parteaguas fotográfico y de montaje narrativo en la producción cinematográfica— aún cuando su producción fílmica incluiría durante su desarrollo otras obras de gran sustancia.
quienes hacen favor de leerme con mayor o menor asiduidad en este espacio dado como falladecortante (mismo que he tenido descuidado por meses y me disculpo sinceramente con mis lectores), como en los otros medios en los que publico (artforum, artnexus), saben que muy rara vez escribo sobre cine.
esta desatención sobre el tema o género cinematográfico lejos está de responder a un falta de interés —siendo que el mundo creado por el cine es una de mis pasiones; me temo que simplemente, hace mucho tiempo que no he tenido el inmenso placer que supone ver un filme con la calidad suficiente como para escribir sobre él. y, por obtuso que resulte, la razón de este escrito tampoco responde a lo que gustosamente intencionaría mi escritura cinéfila con mayor asiduidad como pretendo hacerlo en u futuro no tan remoto.
así pues —si hubiera alguien a quien le interesara ‘defender’ eisenstein en guanajuato — sobre mi postura ante la más reciente película de greenaway podría decir  que no supe “apreciar debidamente la obra” probablemente debido a mi “falta de práctica en el ejercicio de un aparato crítico propiamente cinematográfico”; así como se pudieran atacar mis “carencias de conocimiento profesional sobre el género cinematográfico” —ambos argumentos perfectamente sostenibles, en un dado caso. sin embargo, me temo que no se requiere más que de un mínimo sentido común para poder articular algunos comentarios justos y certeros sobre el filme de greenaway, —a quien, he de confesar, hasta antes de ver esta obra— admiraba profundamente.
por enunciar solamente un ejemplo, pensando en the draughtsman’s contract (1982) desde este mismo escritorio, momento y lugar podría con gran orgullo y respeto escribir un libro —si tan sólo sobre una o dos de las tomas; o bien, un compendio de ensayos reflexionando sobre las capacidades narrativas, simbólicas y dialógicas entre un par de las muchas brillantes secuencias que arman el cuerpo de esa película.
el asunto es que, con eisenstein en guanajuato, mi altamente decepcionada mirada cinéfila solamente encuentra en este intento de filme un remedo poscolonialista (si fuera a merecer incluso el término, y esto sólo por coincidencia en temporalidad histórica) pornográfico de muy baja calidad —aún a pesar de la estética de violento atractivo que acertadamente (des)monta algunas aisladas secuencias entre las sobreactuadas y patéticamente estereotipadas actuaciones de los personajes en cuestión.
hablando por ejemplo de las locaciones elegidas para rodaje, greenaway se conformó con tomar dos de los rincones más ‘lujosos’ de un solo/mismo edifico —a saber el lujosos interior orientalista del teatro juárez, inaugurado en 1910 por el ya casi exiliado-presidente porfirio díaz —dentro de sus ‘afrancesados, elitistas y costosos festejos’ en conmemoración del centenario de la llamada independencia del yugo español— para convertirlos en sus ‘salones’ principales. uno —el escenario del teatro del que hizo uso para emplazar la alta calidad interpretativa de la orquesta sinfónica de la universidad de guanajuato, como una especie de música recortada en escenas reiterativas como temas visuales, sin mayor respeto a ninguno de los componentes sino al ‘efectismo’ buscado por el cineasta; y el otro ‘salón’ fue convertir el lobby de la segunda planta del teatro en una supuesta habitación de hotel de eisenstein.

queda claro que la elección reiterativa del espacio responde no sólo a la estética de (in)visibilidad que el piso de bloques de vidrio tallado que le permite jugar con lo ‘desconocido’ biográficamente hablando de la sexualidad del visionario creador de strike (1925), october (1928), ivan the terrible (1944), entre otras, sino que greenaway inventa esa supuesta habitación donde acontece gran parte de la película, con un supuesto despliegue y derroche de ‘lujo’ aún cuando queda siempre absolutamente señalado y sobreentendido —un “lujo-tercermundista”— que quizá ni el delirante dictador exiliado porfirio díaz hubiera imaginado.
es así como la revelación/revolución sexual del director ruso en manos del ‘actor secundario’ —quien asume la encomienda de ser su guía las 24 horas del día desde que eisenstein pone un pie sobre el terroso piso de las calles guanajuatenses, encargándose de hacerle conocer ‘todo’ lo que podía haberle resultado de interés en la ciudad— se constituye (o mejor dicho, intenta hacerlo) como el elemento que intenta sostener el esqueleto y hacer vibrar la nervadura de la película.
elección y desarrollo que deriva por completo insuficiente.
tanto el esqueleto como las derivas nerviosas se confiesan tempranamente en la película como elementos, construcciones, situaciones y personajes absolutamente quebradizos y por completo carentes de complejidad  —aún en lo que podría llamarse su ‘simplicidad’ estética; por supuesto no intento referir con este comentario la obligatoria existencia de una complejidad narrativa como requisito o comprobación de ‘calidad’ o ‘contenido’ de ninguna forma cinematográfica ni artística. sucede que la ‘economía’ de recursos que la narrativa toma como nodos con el peso suficiente para dar continuidad e interés suficiente a la obra que greenaway eligió no consiguieron ni lo uno ni lo otro; configurándose en una suerte de reiteraciones visuales de lo que sin dudarlo me atrevo a llamar una aproximación crasa y francamente vulgar* de un ¿pos?-colonialismo —en el mejor de los casos. (*nota: la vulgaridad a la que me refiere no tiene nada que ver con los aspectos sexuales y/o sensuales que va (des)hilvanando la trama, sino con un profundo y evidente desinterés cultural contextual histórico que greenaway hace tan evidente que resulta obsceno.)

de tal suerte que, no hay necesidad de mantener en estas palabras —como tampoco en el tiempo que involucra su lectura— sino la temporalidad presente hasta aquí atendida, pues simplemente me resulta imposible y fatuo tratar de encontrar en la película eisenstein en guanajuato de peter greenaway, nada más que valga la pena discutir, intentar discernir, desentrañar, derivar, trazar relaciones o simplemente recordar y representar ahora con el lenguaje escrito. quizá tan sólo la franca urgencia de haberse ‘hecho cargo’ —como director de la calidad con la que peter greenaway ha constituido su trayectoria—, y, por lo menos, haber leído y comprendido las muchas esenciales reflexiones que edward said conjuga en orientalism (1978) —lectura que debiera ser obligatoria para cualquiera que intente trabajar —inevitablemente-con-una-mirada-que-viene-de-fuera— con una cultura —cualquiera que sea— que no es la propia; y no solamente quedarse, si fuera éste el mejor de los pronósticos literario-contextuales, con una hojeada de under the volcano (1947) de malcolm lowry; o, en el mejor/peor de los casos, no conformase con una (posible) lejana lectura de ídolos tras los altares (1929) de anita brenner. bibliografía mínima e insuficiente que, sin embargo pudiera resultar aparentemente justificable por los años en los que acontecen los sucesos atendidos por el filme. pero ni siquiera pensando en este escuálido contexto cultural/histórico supongo la suficiencia contextual cultural que intenta replicar o reinterpretar, exotizando hasta lo burlesco, el filme en el tiempo del presente que evoca.

justamente en ello radicaría la gran diferencia entre lo que jacques derrida y el infinitamente agradecible peso de su herencia nos ha dejado la tarea de comprender no sólo la extranjería y sus infinitas capas de significación, sino la importancia —diría yo incluso— la vitalidad por comprender los velos y matices con los que debiera tratar de comprenderse y acercarse a la representación del encuentro con la otredad; las infinitas implicaciones que trae consigo la sola concepción de la hospitalidad; la responsabilidad y despojos que devienen del ser hospitalario; por mencionar algunos temas cruciales que debieron haber —por lo menos— matizado la estética contextual del filme. extrañamente, pre-considerando que estaría uno frente a una obra de peter greenaway, no era mucho creer que podíamos esperar la inteligencia necesaria para poder ver ‘algo’ de lo filmado si tan sólo con el dejo de una mirada-hospitalaria.

marcela quiroz luna

guanajuato, mx. febrero, 2016