25 de abril de 2018

entre tornados y frases lapidarias

se dijo que ese día empezaba mi vida.

al menos, entre mi generación y anteriores, solían decirle a una 'pensamientos' de este tipo en voz de las mujeres mayores de la familia, madres, tías, abuelas, hermanas, etc. “¡hoy empieza tu vida!” a lo que solía seguir un silencio ceremonial cautivo entre las presentes.

debo decir que la primera vez que recibe uno el eco de esta ‘gloriosa’ frase sobre el cuerpo, sí es capaz de sentir el roce de una delicada ilusión. pero en ese momento queda también plantada, ya irremediablemente, una sospecha: si es así, entonces ¿qué había estado haciendo de mi vida, con mi vida, o ‘en’ ella, antes de este día en el que 'empieza'?; ¿es que estaba sólo ‘preparándome’ para empezar 'mi' vida? qué pensamiento más disturbador y qué momento más inoportuno para ponerlo en la mente de ese alguien al que se quiere inmortalizar en dicha ocasión.

el asunto es que entre abrazos, bendiciones y lágrimas ‘de felicidad’ este tipo de bienaventuranzas no se cuestionan, se reciben, como llegan y como caigan. a lo que precede la implantación de la más férrea y tenaz intención de consolidar lo que le ha sido a una confesado. y ante anunciamientos lapidarios, parece que no queda sino confiar ciegamente en ellos —al menos eso impone el momento. 
y así te lanzas al vacío sin certeza alguna más allá de la turbación interior que ese (im)perfecto parteaguas abisma desde ahí el resto de tu vida, marcándola indefectiblemente.

luego, claro, con el tiempo y la distancia, se hace evidente el infinito cuestionable del que se desprende esa frase insuflada de aires tranquilizadores, reafirmantes y triunfales. (si bien, cuando se recita dentro un par de veces en silente escucha, el parecido con una consigna terrorista extrema se traza sobre los mismos bordes), señalando el día del matrimonio como ese que —finalmente— habría de permitir el  ‘inicio’ de una vida. y no sólo eso. al perjurio que conlleva ese decir, suele sumarse otra afirmación, quizá aún más escabrosa: “hoy es el día más feliz de tu vida”. quienes lo enuncian vibrantes de emoción, parecen ignorar el hecho de que lo que con tanto entusiasmo afirman, más se parece a una sentencia que a un festejable empeño logrado.

‘infiable’[1](des)cubrimiento hasta entonces silenciado. avistamiento como irrebatible por impuesto sobre la realidad venidera: ninguno de los días del resto de la vida propia alcanzarían la intensidad de felicidad que ese singular y único día sea dable conjugar.

afortunadamente pasan muchos años antes de que la memoria permita resurgir el delirio de tales frases. cuando sucede, aparece la esquivada conjetura: ¿entonces, si no me hubiera casado, mi vida no habría ‘empezado’?

así pues,  cuando apareció, burlona y paradójica, esa pregunta entre el afectado cúmulo de ‘reflexiones’ pos-divorcio, vino a mi mente una imagen/acto repetido como por accidentada inercia en una de las obras en video de francis alys, tornado (2000-2010).

una y otra, y otra vez, vemos su cuerpo de hombre flaco que corre hacia el centro de los tornados que recorren, hartos de sequedad, la desgastada superficie sobre un vasto terreno descampado. el registro de esta reiterada a(tra)cción de alys al paso de 10 años (uno menos que mi matrimonio) me resulta fascinante y extrañamente cercano, familiar, en su absurdo y aparentemente fútil empeño e intenciones.  en este caso, el acto de penetrar y mantenerse en pie al centro de cada tornado que en una secuencia de persecuciones acontece casi frenética. y todos esos tornados que persigue cuyas dimensiones y magnitud centrífuga superan sin mayor esfuerzo la estabilidad de la reconocible silueta del cuerpo del artista —alto, delgado con un aire casi desvencijado pero asido al suelo como por un peso de gravedad ligeramente mayor al común— pasan entorno a su cuerpo y la lente de la cámara que porta el cuerpo, como escudo franco, vidente talismán, intentando filmar las vistas de lo incapturable, cuando, adentro de uno y otro remolino, logra resistir en pie con los ojos cerrados y la lente apresta.

los resilentes tornados hacen de su pasajera existencia un enfrentamiento de levedades fincado como ejercicio de conforntamiento, vencimiento y resistencia. los tornados, engrandecidas y furiosas tolvaneras, lo envuelven de opacidad, lo desaparecen, se tragan al hombre. entre segundos como si alongados por esa sola injustificable insistencia que funda de origen la acción en su evidente e inexplicable necedad y lo escupen conforme siguen su paso menguado, si tan sólo por unos instantes, entre la desconfiable trayectoria y fortaleza que guiará la imprecisa duración de su existencia.

así, de tornado en tornado, el hombre se enfrenta decidido a un presente-destino —tan impredecible como cegador— por él elegido. una y otra, y otra vez. hasta (des)aparecer igualmente enloquecido por incontables las veces del extremo enfrentamiento. extasiado hasta el agotamiento que conforme consume al cuerpo, alimenta su delirante pasión.

cuando pienso en esta obra a la luz de los tornados que he perseguido y atravesado hasta mi propio apresamiento centrífugo con esa fuerza enfebrecida que tanto inflama como consume, me pregunto si cuando el artista logró penetrar y sostenerse de pie en busca de esa (im)pasividad que creemos reside al centro inasible de toda pasión[2] de su primera tolvanera, ¿habrá sentido que era ese el momento exacto en que, finalmente, iniciaba su vida. y/o habrá sido ese su día más feliz..?

marcela quiroz

guanajuato | abril 25, 2018



[1] Intercambio este neologismo en lugar de utilizar alguna palabra existente que aparentemente funcionaría con equidad como por ejemplo, ‘desconfiable’, por la intrusión, internalización aguda, inflicta que demarca el prefijo ‘in’ tanto como por la cercanía con una palabra aún más interesante y en este caso casi consecuente: inflamable.
[2] considerando que la pasión comporta una pasiva impasividad que deviene absolutamente adictiva conforme se va consumiendo.



imagen:  francis alys. tornado. (2000-2010) [still de video]
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