se dijo que ese día empezaba mi vida.
al menos, entre mi generación y anteriores, solían decirle a una 'pensamientos' de este tipo en voz de las mujeres
mayores de la familia, madres, tías, abuelas, hermanas, etc. “¡hoy empieza tu vida!” a lo que solía seguir un silencio ceremonial cautivo entre las presentes.
debo decir que la primera vez que recibe uno el eco de esta ‘gloriosa’ frase sobre el cuerpo, sí es capaz de sentir el roce de una delicada ilusión.
pero en ese momento queda también plantada, ya irremediablemente, una sospecha:
si es así, entonces ¿qué había estado haciendo de mi vida, con mi vida, o ‘en’
ella, antes de este día en el que 'empieza'?; ¿es que estaba sólo ‘preparándome’ para empezar 'mi' vida? qué pensamiento más disturbador y qué momento más inoportuno para ponerlo en la mente de ese alguien al que se quiere inmortalizar en dicha ocasión.
el asunto es que entre abrazos, bendiciones
y lágrimas ‘de felicidad’ este tipo de bienaventuranzas no se cuestionan, se
reciben, como llegan y como caigan. a lo que precede la implantación de la más
férrea y tenaz intención de consolidar lo que le ha sido a una confesado. y
ante anunciamientos lapidarios, parece que no queda sino confiar ciegamente en
ellos —al menos eso impone el momento.
y así te lanzas al vacío sin certeza alguna
más allá de la turbación interior que ese (im)perfecto parteaguas abisma desde
ahí el resto de tu vida, marcándola indefectiblemente.
luego, claro, con el tiempo y la
distancia, se hace evidente el infinito cuestionable del que se desprende esa frase
insuflada de aires tranquilizadores, reafirmantes y triunfales. (si bien,
cuando se recita dentro un par de veces en silente escucha, el parecido con una
consigna terrorista extrema se traza sobre los mismos bordes), señalando el día
del matrimonio como ese que —finalmente— habría de permitir el ‘inicio’ de una vida. y no sólo eso. al
perjurio que conlleva ese decir, suele sumarse otra afirmación, quizá aún más
escabrosa: “hoy es el día más feliz de tu vida”. quienes lo enuncian vibrantes de emoción,
parecen ignorar el hecho de que lo que con tanto entusiasmo afirman, más se parece
a una sentencia que a un festejable empeño logrado.
‘infiable’[1](des)cubrimiento
hasta entonces silenciado. avistamiento como irrebatible por impuesto sobre la
realidad venidera: ninguno de los días del resto de la vida propia alcanzarían
la intensidad de felicidad que ese singular y único día sea dable conjugar.
afortunadamente pasan muchos años antes
de que la memoria permita resurgir el delirio de tales frases. cuando sucede,
aparece la esquivada conjetura: ¿entonces, si no me hubiera casado, mi vida no
habría ‘empezado’?
así pues, cuando apareció, burlona y paradójica, esa
pregunta entre el afectado cúmulo de ‘reflexiones’ pos-divorcio, vino a mi
mente una imagen/acto repetido como por accidentada inercia en una de las obras
en video de francis alys, tornado (2000-2010).
una y otra, y otra vez, vemos su cuerpo
de hombre flaco que corre hacia el centro de los tornados que
recorren, hartos de sequedad, la desgastada superficie sobre un vasto terreno descampado. el registro de esta reiterada a(tra)cción de alys al paso de 10 años (uno menos que mi matrimonio) me resulta fascinante y
extrañamente cercano, familiar, en su absurdo y aparentemente fútil empeño e
intenciones. en este caso, el acto de penetrar y mantenerse en pie al centro de
cada tornado que en una secuencia de persecuciones acontece casi frenética. y
todos esos tornados que persigue cuyas dimensiones y magnitud centrífuga superan
sin mayor esfuerzo la estabilidad de la reconocible silueta del cuerpo del
artista —alto, delgado con un aire casi desvencijado pero asido al suelo como
por un peso de gravedad ligeramente mayor al común— pasan entorno a su cuerpo y
la lente de la cámara que porta el cuerpo, como escudo franco, vidente talismán, intentando filmar las vistas de lo
incapturable, cuando, adentro de uno y otro remolino, logra resistir en pie con
los ojos cerrados y la lente apresta.
los resilentes tornados hacen de su
pasajera existencia un enfrentamiento de levedades fincado como ejercicio de conforntamiento, vencimiento y resistencia. los tornados, engrandecidas y furiosas tolvaneras, lo envuelven de
opacidad, lo desaparecen, se tragan al hombre. entre segundos como si alongados
por esa sola injustificable insistencia que funda de origen la acción en su
evidente e inexplicable necedad y lo escupen conforme siguen su paso menguado,
si tan sólo por unos instantes, entre la desconfiable trayectoria y fortaleza
que guiará la imprecisa duración de su existencia.
así, de tornado en tornado, el hombre se
enfrenta decidido a un presente-destino —tan impredecible como cegador— por él
elegido. una y otra, y otra vez. hasta (des)aparecer igualmente enloquecido por
incontables las veces del extremo enfrentamiento. extasiado hasta el agotamiento
que conforme consume al cuerpo, alimenta su delirante pasión.
cuando pienso en esta obra a la luz de los
tornados que he perseguido y atravesado hasta mi propio apresamiento centrífugo
con esa fuerza enfebrecida que tanto inflama como consume, me pregunto si
cuando el artista logró penetrar y sostenerse de pie en busca de esa (im)pasividad
que creemos reside al centro inasible de toda pasión[2]
de su primera tolvanera, ¿habrá sentido que era ese el momento exacto en que, finalmente, iniciaba su vida. y/o habrá sido ese su día más feliz..?
marcela quiroz
guanajuato | abril 25, 2018
[1] Intercambio este neologismo en lugar de
utilizar alguna palabra existente que aparentemente funcionaría con equidad
como por ejemplo, ‘desconfiable’, por la intrusión, internalización aguda,
inflicta que demarca el prefijo ‘in’ tanto como por la cercanía con una palabra
aún más interesante y en este caso casi consecuente: inflamable.
[2] considerando que la pasión comporta una
pasiva impasividad que deviene absolutamente adictiva conforme se va
consumiendo.
imagen: francis alys. tornado. (2000-2010) [still de video]
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