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24 de febrero de 2010

para no citar por citar

siempre he confiado en el poder de las citas. (1)

una cita bien elegida, editada y colocada es, sin duda, inteligente arma de seducción. (2)

las citas son los momentos del texto, los instantes fuera de la hora; la memoria, el estremecimiento. (3)

las citas, tienen esa invaluable habilidad y permiso sintático de meterse en la página mayor, en la estructura general, para hablar en cambio –desde sus islas– de estructuras más pequeñas, más particulares. (4)

y es que no debiera a uno tomarle mucha vida el saber que en todo contexto, lo más interesante, nunca se dice de frente.

1. me gusta de las citas la honestidad con la que aceptan su ser-fragmento. pretenden sólo lo que quiera el lector continuarle. la cita es como el hilván para la costura, sostiene, une, recorre, mantiene; permite adivinar, entrever las capas, adentrarse en distintas profunidades, profundidades que dan vuelta. las citas siempre dan vueltas. las dan sobre sí mismas desde otras ideas, son como los insectos y los focos, uno ilumina, el otro reconoce su presencia. (nota del autor)
2. muchas veces, las citas dicen más que las ideas en texto que, a primera vista, intentarían respaldar. pero sucede que las citas parecen ser más tímidas, se acomodan debajo, o a un lado, como contrapuntos alternativos… cuando en realidad, ésa es su arma, la discresión. en ellas se puede decir muchas veces lo realmente necesario, lo que urge, sin necesidad de gritar, siempre en tipografía menor, como un susurro. son esas citas, las que le hablan al lector en voz baja, frases que hablan otro idioma, el del deseo. semánticas que están siempre al límite de la confesión. son enunciaciones entregadas. quizá porque no compiten –en la parte principal de la hoja– con el resto del texto. las citas se atienden de los detalles; se dan el lujo de frenar el ritmo y circular de nuevo, las veces que sea necesario, sobre un pequeñito suicidio. (nota del autor)
3. eso en el mejor de los casos; cuando el autor ha descubierto el verdadero valor de esas palabritas que a muchos molestan por “romper el ritmo de lectura”; las que muchos se saltan, ignoran, pues dicen, los enervan. incluso, se adivina, a los mismos autores les sucede, por eso las dejan al final del texto, por allá, todas apiladas en un hoja a la que nadie va, o si va no regresan. sólo así me explico que alguien cite para poner “poner al final”; mejor sería ahorrarse la molestia. (nota del autor)
4. en cambio, cuando se alistan todas nomás al final, las citas se convierten en mero trámite para asegurarle al estudio(so) una apariencia académica. cuando cae en el mal esfuerzo de la pretensión, el anclaje histórico, la designación de línea de pensamiento, intentando fincarse un linaje de conocimiento, la cita, es, en esencia, pedante y su ser, superfluo. esto cuando erróneamente se designa, malentendida, su posición separada del cuerpo del texto y el reducido tamaño de la grafía como falsos indicadores de importancia o necesidad. (nota del autor)


marcela quiroz luna / tj / 1974

sobre el inútil combate

la culpa es algo extraño. y así, extraño para ninguno. digo extraño porque, entre muchas otras cosas que no debieran emparentarse con este sentimiento y que sin embargo lo permean, es la ambivalencia. la culpa siempre tiene dos lados, al menos. tiene mucho que ver con la vergüenza y poco o nada con el decoro. La culpa habla de una ansiedad incómoda del haber o no haber hecho; y en este desconcierto se manifiesta de muchas formas, no todas, o casi ninguna, coherente.

los freudianos hablan del super yo y sus reclamos. que en realidad, la culpa no reclama, sólo pesa. es más un asunto de gravedad y leyes propias de la física que un monólogo de la conciencia.

la culpa nada tiene que ver con el culpable. la culpa pesa donde hay vacío, solamente. o bien, donde se centrifuga.

hay un momento claro en el que el miedo se vence en culpa. ahí empiezan los giros descontrolados hacia lo profundo.

foucault habla del valor histórico de la culpa como herramienta de control y sometimiento, entre otras.

en lo cotidiano, para quien la padece, la culpa también se sirve como herramienta; muchas veces sólo para creer que en el sinsabor de la retaguardia de las propias acciones, uno sigue haciendo algo cuando en realidad se ha decidido no hacer nada. la culpa es un sentimiento que ocupa. ocupa espacio y tiempo.

la culpa inmoviliza. al contrario de lo que se cree, la culpa no es buen motor. no es motor. sería apenas batería, muy temporal, de un forzado andar hacia su propio salvamento.

la culpa nunca se salva. ni recomponiendo el camino. la culpa es, en ese sentido, irrevocable. muchas veces es la culpa el accionador más efectivo para el recuerdo. y a la vez, para algunos que hemos aprendido a usar el olvido a conveniencia, la culpa, muchas veces no dice nada del pasado. acaso lo sepulta, si no es que lo borra completo al lado de los deshechos del desaire, la desilusión, la falsa espera. cuando sucede así, la culpa sólo, se siente entre nebulosas, cuando la mente detiene al cuerpo.

marguerite yourcenar escribió una de sus historias como carta. el tema decíase ser sobre el engaño –en cuanto a preferencias sexuales– de un marido a su mujer a los pocos o muchos años de casados. en la carta él se explica, cuenta, retiene, comprime, sucede sus propios recuerdos; su personal andamiaje. al final y algunas veces entremedio, incluso se disculpa con ella, por haber malgastado su tiempo, por haberle ofrecido una pantalla, una realidad velada. Es el trayecto una especie de reconstrucción de sus acciones y posibles expliacaciones de formación y contexto. habla mucho de su infancia, de sus tías, del respeto cómplice y hermanado con la mujer. luego, en su adolescenia habla de su rendimiento absoluto ante la belleza, toda. precisa sus olvidos, como historias ciegas; no les pone nombre y quiere de-significarlos, aunque en ellos cimenta su decisión: se va. la carta es para decirle, finalmente, que la deja.

el libro se publicó por primera vez en 1971, causando gran revuelo por lo “novedoso” de la temática tratada con tal soltura y sin tapujos. ahora, que el tiempo y las circunstancias no sorpenderían ya, a nadie, la carta de yourcenar ha adquirido otra dimensión, más interna, menos de estandarte; más introspectiva y menos de denuncia. el libro hoy pesa por su ausencia de culpa.

la escritura pausada, sin sobresaltos, sin afán de confesión, ni pretensiones de explicación justificada, hace que el monólogo gire sobre su propio y real centro: es una historia sobrepasada incluso aún mientras se le vivía. el personaje se lee a sí mismo con el cansancio de quien no se sorprende, desde hace mucho, por la voz de la conciencia. pues la voz que habla es esa misma, la conciencia sin velos, la buena intención vencida; la voz de alguien a quien ya no le importa decir lo que está diciendo. así que las letras de yourcenar se deshilvanan sobre el mismo retrato que parecen hablar. no hay intención. no hay culpa. hay apenas tiempo y un intento –fallido de origen– por autoexplicarse y en ello, atinar al perdón, sin mucho afán tampoco, de encontrarle.

el tratado del inútil combate, subtituló la novelista francesa a su obra; resultaría demasiado fácil asentar aquí que la culpa es también inútil. será mejor decir que la brecha supuesta entre el cinismo y la culpa, tiene más que ver con los juegos de la memoria sobre la construcción del ser, a la manera en la que las palabras escritas se perfilan siempre un paso adelante. escribir es por tanto, confesar lo que ya se sabe para dudar de lo que no se dijo.

mecanismo, a mi juicio, muy similar a la culpa cuando aparece, siempre anunciada en frases armadas desde el descaro, siempre un tanto altanero.

la culpa, como los libros, las historias, las palabras y le memoria son dables siempre de adquirir otro sentido con el tiempo. será por eso que permanecen como estepas.

marcela quiroz / 1974/ tj

sobre los alcances de la extensión



los bomberos acudieron a la vivienda de zetterlund tras recibir una llamada de socorro de la afectada, pero cuando llegaron ella ya estaba muerta y su cuerpo carbonizado, lo que obligó hoy a hacer un análisis de adn para identificar sus restos, ya que el cadáver era irreconocible.

la primera vez que me pasó esto del dolor, no me pude mover casi. aunque, a decir verdad, en este momento debo estar anticipando mi propia historia.

empezó todo de otra forma. realmente lo de no moverme pasó después, primero se vino extendiendo por la pierna y por la espalda, una cosa poco a poco invasiva, de esas que te agarran por dentro valiéndose del tiempo y la desconfianza.

cuando le empieza a uno la enfermedad, se le viene encima lentamente; aun cuando es rápido, aunque sea en una tarde es poco a poco, por eso que uno no se preocupe y a veces mejor se unte unas cremitas, así, en lo que pasa.

pero no pasa.

me imagino ahora que lo que sucede en condiciones como ésta, es como lo que decía virginia woolf para la novela, que es como una telaraña muy delgada, ligada muy sutilmente, pero al fin ligada a la vida por los cuatro costados. Yo digo que con la enfermedad sucede lo mismo. uno cree que apenas ataca una parte, la parte de atrás de la pierna derecha, la parte baja de la espalda; pero no. la enfermedad está toda ligada, al principio muy sutilmente, casi impercebitle, también a los cuatro costados. y es con el tiempo que uno alcanza a ver, apenas, entre luces, los tejidos entre una cosa y otra, los alcanes de la telaraña.

la policía cree que el incendio se debió a un cigarrillo mal apagado y que la víctima, que tenía graves problemas de movilidad desde hace un año, se percató cuando las llamas se extendían por toda la habitación.

sucede que cuando uno empieza darse cuenta de las implicaciones de ese primer dolor, el universo se vuelve más grande; más grande mientras los alcances de la enfermedad se multiplican. cuando se duerme la pierna, cuando ya no se puede doblar la espalda, cuando se acalambran los dedos; cuando eso sucede es como si la telaraña se multiplicara al infinito y nada pudiera hacerse para detenerla. se la ve irse, así de rápido. andar libremente por el cuerpo, destrozarlo a impunidad; desbaratarse, fortalecerse. la costrucción de las condiciones adversas es un poco así, se cimenta en fragilidades, en grietas. sobre rupturas se construye con una extraña determinación. quisiera uno a veces, haber tenido al menos un poco de ese poder de decisión que tiene la enfermedad. quisiera uno, a veces. así que, con la misma testaruda actitud, se le frenara en seco, o se le tejiera encima otra capa, igual de sutil en apariencia, para destronar sus redes. Si uno pudiera moverse.

la policía sueca ha identificado hoy el cadáver de monica zetterlund, una de las cantantes más populares de suecia y de toda escandinavia, fallecida después de que se declarara este jueves un incendio en su casa en el centro de estocolmo.

al principio del mismo ensayo de woolf donde asegura lo anterior sobre la novela y su destino tejido con la vida, asegura que la única forma en que una mujer puede hacerse escritora es teniendo un cuarto propio. de tal forma que esa habitación represente, no sólo el espacio infranqueable de silencio; de autosustento, garantía de autoridad sobre el tiempo ahí contenido y sus devenires, sino, y sobre todo, el universo de creación. creación no sólo literaria; incluso, menos que todo litreraria; me imagino que pedía la escritora ese espacio de creación del ser, de autocostrucción, de salvamento; de último reducto frente al peligro de la destrucción. pues resulta que mucho antes de poder crear se necesita detener la destrucción, conseguir la tregua; alcanzar a apagar el fuego antes de que lo consuma todo, porque es muy fácil entonces que el universo se vuelva muy chiquito chiquito, hasta convertitse el mundo en un solo cuarto, sí, propio.


marcela quiroz luna | 1974 | tj | mayo.05
imagen: graciela iturbide. casa de frida kahlo, coyoacán, méxico. 2007

por querer domesticar

a ese lugar, abajo de las capas de tierra y otra de cemento, para que no expeliera malos olores, llegó antonio cuevas luego que fuera asesinado por su hermano julián. la intención del crimen era pasional y conveniencia, julián buscaba quedarse con la esposa de su hermano, narcisa gurrola, sus hijos y vivienda.

desde que estoy aquí he venido confiando menos en el espacio. debe haber habido un momento, entre tanta bruma, cuando sucedió. todo se vino abajo y nadie se dio cuenta de los escombros. será que los enterré muy rápido.

era un secreto a voces, hasta el más pequeño de la familia cuevas gurrola lo difundía por todo el barrio murúa: “abajo de la tierra, de un carro, está mi papá”.

sucede cuando uno intenta diagramar el movimiento, relacionar las distancias; evidenciar el recorrido. por más que te sientes afuera todas las tardes y mires fijo al horizonte, hay un punto, el tuyo, que de un tiempo acá no avanza; como si tu historia hubiera dejado de seguir lo que transcurre; es entonces cuando ves tu fracaso. por eso pesa la detención.

hubo consentimiento de todos, por ello en los seis años que transcurrieron antes que encontraran el cadáver nunca se presentó una denuncia de los hechos.

muchos de los que estamos aquí llegamos por otra cosa. Algunos, los he visto, ya se fueron, no duraron mucho una vez que les tumbaron las expectativas; me imagino. eso pasa los primeros meses cuando la cosa se pone clara, te quedas por el mar o te sigues moviendo. yo no vine a quedarme, pero sigo aquí. eso pasa también con los que se quedan, he oído, no lo dicen en voz alta, no vaya a ser la mala suerte. ya de suyo fue difícil seguirle, aun a pesar de todo, que a veces se engaña uno por las noches para mejor dormir y te dices, muy bajito, cinco veces: ‘ya pasó lo peor’.

cansada de los golpes que recibía de su segunda pareja y de las frecuentes riñas, narcisa gurrola decidió que julián también debería perder la vida.

te quise decir lo de las olas por encontrarme constante, por creer que estoy aprendiendo algo en medio de tanto aislamiento. luego escogimos la fecha del calendario para el día en que, se supone, acaba esta historia. ese día me voy a ir de aquí por mucho tiempo, hasta que empiece la otra. pues no todos los días se empieza la vida de nuevo; quienes lo aseguran optimistas apenas han estado ensayando, como nosotros; porque la vida se sigue de largo a menos que uno le ponga enfrente algo, lo más parecido a un espejo.

tuvo que existir otro crimen para que se descubriera el primero. la misma suerte de antonio cuevas la corrió su hermano julián seis años después.

por eso no hay que decir aquí que uno se queda, apenas hay que pensarlo dentro, en el caso, para tener con qué regresar.

a mí me da miedo lo de la fuerza; espero no haberla gastado ya toda. no nos vaya a pasar lo mismo que a otros, no nos vayamos a confundir de lado y de barda. Porque aquí nada se escala en balde; por exótico que parezca, en un lugar hecho de desperdicios, el primer empuje sigue siendo invaluable.

en esta ocasión no enterrarían el cuerpo, decidieron. lo asesinarían con un arma de fuego, posteriormente lo tirarían en un lote baldío y ahí lo incinerarían, para evitar dejar toda huella del crimen.

cuando me pongo a ver lo que ha pasado y lo que falta, se convierte todo en una especie de monólogo atragantado; como si por aquí no corriera el aire. será que a nadie le gusta hablar en voz alta de lo que ya no pudo.

el cuerpo carbonizado de julián cuevas fue encontrado en junio del presente año.

creo que yo también estoy cansada. cansada de tantos golpes.



marcela quiroz luna. 1974. tj.