a ese lugar, abajo de las capas de tierra y otra de cemento, para que no expeliera malos olores, llegó antonio cuevas luego que fuera asesinado por su hermano julián. la intención del crimen era pasional y conveniencia, julián buscaba quedarse con la esposa de su hermano, narcisa gurrola, sus hijos y vivienda.
desde que estoy aquí he venido confiando menos en el espacio. debe haber habido un momento, entre tanta bruma, cuando sucedió. todo se vino abajo y nadie se dio cuenta de los escombros. será que los enterré muy rápido.
era un secreto a voces, hasta el más pequeño de la familia cuevas gurrola lo difundía por todo el barrio murúa: “abajo de la tierra, de un carro, está mi papá”.
sucede cuando uno intenta diagramar el movimiento, relacionar las distancias; evidenciar el recorrido. por más que te sientes afuera todas las tardes y mires fijo al horizonte, hay un punto, el tuyo, que de un tiempo acá no avanza; como si tu historia hubiera dejado de seguir lo que transcurre; es entonces cuando ves tu fracaso. por eso pesa la detención.
hubo consentimiento de todos, por ello en los seis años que transcurrieron antes que encontraran el cadáver nunca se presentó una denuncia de los hechos.
muchos de los que estamos aquí llegamos por otra cosa. Algunos, los he visto, ya se fueron, no duraron mucho una vez que les tumbaron las expectativas; me imagino. eso pasa los primeros meses cuando la cosa se pone clara, te quedas por el mar o te sigues moviendo. yo no vine a quedarme, pero sigo aquí. eso pasa también con los que se quedan, he oído, no lo dicen en voz alta, no vaya a ser la mala suerte. ya de suyo fue difícil seguirle, aun a pesar de todo, que a veces se engaña uno por las noches para mejor dormir y te dices, muy bajito, cinco veces: ‘ya pasó lo peor’.
cansada de los golpes que recibía de su segunda pareja y de las frecuentes riñas, narcisa gurrola decidió que julián también debería perder la vida.
te quise decir lo de las olas por encontrarme constante, por creer que estoy aprendiendo algo en medio de tanto aislamiento. luego escogimos la fecha del calendario para el día en que, se supone, acaba esta historia. ese día me voy a ir de aquí por mucho tiempo, hasta que empiece la otra. pues no todos los días se empieza la vida de nuevo; quienes lo aseguran optimistas apenas han estado ensayando, como nosotros; porque la vida se sigue de largo a menos que uno le ponga enfrente algo, lo más parecido a un espejo.
tuvo que existir otro crimen para que se descubriera el primero. la misma suerte de antonio cuevas la corrió su hermano julián seis años después.
por eso no hay que decir aquí que uno se queda, apenas hay que pensarlo dentro, en el caso, para tener con qué regresar.
a mí me da miedo lo de la fuerza; espero no haberla gastado ya toda. no nos vaya a pasar lo mismo que a otros, no nos vayamos a confundir de lado y de barda. Porque aquí nada se escala en balde; por exótico que parezca, en un lugar hecho de desperdicios, el primer empuje sigue siendo invaluable.
en esta ocasión no enterrarían el cuerpo, decidieron. lo asesinarían con un arma de fuego, posteriormente lo tirarían en un lote baldío y ahí lo incinerarían, para evitar dejar toda huella del crimen.
cuando me pongo a ver lo que ha pasado y lo que falta, se convierte todo en una especie de monólogo atragantado; como si por aquí no corriera el aire. será que a nadie le gusta hablar en voz alta de lo que ya no pudo.
el cuerpo carbonizado de julián cuevas fue encontrado en junio del presente año.
creo que yo también estoy cansada. cansada de tantos golpes.
marcela quiroz luna. 1974. tj.
24 de febrero de 2010
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