hay un aro para bordar. los hay de distintos diámetros, dependiendo de las pretensiones, entiendo, de quien se enfrenta a la aguja que entra y sale y entra y sale y vuelve a entrar. siempre vuelve a entrar. pero el aro. son de madera ligera, creo que le llaman madera balsa, por aquello de lo embarcable, de lo que se puede ir facil con el viento y con el agua, de lo que no tiene raíces ni piernas que lo aten al suelo. es la madera esta que no pesa, de color claro claro, como la de los palos de paleta. debe ser madera barata. los aros para bordar no cuestan mucho; y eso que no son nada más de madera. también tienen un mecanismo metálico con un alambre en espiral que soporta, sin duda, la presión que ejerce desde el centro y sobre todo el borde, la tela atrapada, tendida, tensada. para que no reviente la madera.
a pesar de ese pequeño andamiaje funcional, sencillo pero complejo en su bipolaridad, que tienen estos aros sobre el canto exterior, marcando con obligación la mitad del aro, a pesar de eso, no son caros. yo tengo uno apenas, chico, no pasa de los 10 cms. y, confieso, me aterra usarlo. es por lo de la imposibilidad. es por eso que te obliga a constreñirte a un solo pedazo de la tela y no salir de ahí, por horas… es pensar que me quedo. que me quedo así. por eso no lo uso. nomás no me atrevo a ponerlo en un circulito escogido del bordado. y es que ahora bordo.
bordo para pasar las horas. las horas de antes y las de después. las horas de las espalda.
pero el aro. es asunto suyo detenerte, volver a fijarte, volver a hilar y encontrar una y otra vez la imperfección de la puntada anterior, la posibiidad siempre incansable de mejorar el punto, de afinar el contorno. el aro es eso. tiempo detenido a fuerza de paciencia y ganas o neurosis por hacerlo mejor; de hacerlo con mucho cuidado. por eso no puedo. yo no bordo con mucho cuidado. al contrario, yo bordo en una especie de ansia, de frenesí por escapar, por hacer algo, por no hacer nada de nuevo y mil veces. nada. bordo para acelerar el instante, de acelerarse. bordo para tener las manos ocupadas, en habil empresa; como elegidas para mejor futuro y compromiso presente. bordo porque en cada puntada siento que avanzo un poquito, yo sola, y me alejo, un poquito, yo sola, de esto que me tiene dentro del aro. parada en medio, justo en medio, con las aguas calmas y la mirada limpia, viendo en redondo el mar. ya pasó la tormenta. solo el mar. el mar reposado, casi vencido. pero cuidado. el mar nunca se vence. sólo se cansa. y descansa. y vuelve a empezar. el mar nunca se queda dentro del aro. eso lo sé porque lo he visto y por eso me apuro. me apuro en el bordado y avanzo sobre las figuras inventadas para terminarlas, para terminarme en ellas, para tener algo que enseñar. bordar es hacer el intento visible. el intento en pasos y mostrar los pasos en cada puntada. bordar es querer tener consistencia, ritmo, tiempo interno y propio, autodirigido. disciplina. es hilar las propias ganas cuando el cuerpo siente todo el tiempo que, o se le escapan, o se mueren, secas, deshilvanadas, con las orillas hacia fuera, en recogimiento, en descomposición. arruga.
pueda ser que borde también porque tengo ahora estas puntadas en la espalda. pueda ser que lo que quiero es entender cómo es esa costura que no veo pues yo no la hice. y sí.
tengo la espalda bordada por alguien más. tengo las costuras de otro, tengo el tiempo de otro cosido en la espalda. tengo sus preocupaciones, su triunfo, su insistencia, su rechazo al fracaso. tengo en la espalda cosidos los puntos en carrera de alguien más. por eso bordo. y mientras lo hago siento esta profunda inquietud que me sale de adentro y mueve los dedos, uno, luego otro, en el sube y baja, en la penetración desalmada, en la extracción sádica, gozosa por haber transgredido, por cambiar el orden, por destruir la apariencia plana. es esa inquietud por destruir algo que se tiene enfrente, en apacible estado de contensión, para hacer otra cosa, lo que sea, que violente, aun en el mismo tono, aun cuando bordo velado. aun cuando lo hago en blanco sobre blanco con esa recurrencia que de sospecha no se atreve. aun entonces, lo que quieren las puntadas es no quedarse quietas. perforar. dibujar lo posible en la estática del presente. cambiar la estética del presente desde la ocupación propia. ya no escribo. estos días ya no escribo. ahora bordo.
tienen algo de silente reclamo las puntadas. calladas y engarzadas, una con otra con otra con otra con otra. visibles. bordar es hacer visible la angustia. pues resulta que siempre, por aterrador que resulte, lo visible tiene esa satisfacción única del develamiento, de la confesión descarnada en su hipocresía.
bordar es no decir nada y hacerlo de nuevo de nuevo y vuelta otra vez. tan irresisitible se vuelve. tan eficaz.
despuntar lo sensible. encontrarle sus fallas al ritmo. al latido. al desvelo. se trata de eso la insistencia de la aguja y los dedos. se trata de eso que no puede decirse ya ni con el lenguaje. menos con el lenguaje. apenas con el lenguaje. por eso hay que regalar lo que uno borda, porque está lleno de confesiones. sobretodo esas que tienen que ver con la inconformidad ante lo inmóvil. dicen que me operé para poder volver a moverme como antes. para ser ‘la de antes’, para tener fija la espalda y ya no fijarme. por eso bordo, para no fijarme. qué tal que ya no vuelvo a ser ‘la de antes’…
también lo hago para no sentir el dolor, y en vez de eso, de sentirlo, verlo. hacerlo enfrente, recuperar el gesto, entender lo que tengo en la espalda. destinar el cuidado. destinar. bordo en cada puntada la historia de mi espalda. es una historia larga, monótona incluso, es una historia parecida. sucedida en su apariencia, sólo en su contorno. pues hay algunos dolores de espalda, de nervios, de vértebras, de piernas y dedos; hay algunos dolores que no se ven, y se resisten también a las puntadas. por eso entiendo que me siga doliendo la operación y la historia. por eso que quiera dejar de decir. de explicar, de recordar cómo se dice lo que se siente dentro y que nadie ve. por eso mejor el delineado, la sutura, la cicatriz sensible en el recorrido del que admira; sobre los dedos, calladita pero constante. para seguir con los dedos… para que se diga a sí misma la historia desde los dedos. para que no tenga que contarla y en lugar de eso los dedos de otros despierten desde los puntos, sobre los hilos, hacia los extremos. para aprender a llevar las debilidades escritas sobre la piel, y hacerlo, con un mínimo de sustancia estética. me bordo. para aprender a resconstruir una historia desde los nudos.
eso para ellos. ¿pero yo? yo bordo para saber. para saber cómo se cierra la piel.
marcela quiroz luna / df / 1974
24 de febrero de 2010
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