24 de febrero de 2010

la vida en sus contornos

en uganda, las madres ceropositivas son instadas por organismos no gubernamentales para aprender a escribir y entonces hacer los que llaman, ‘libros de vida’. en ellos, y en el tiempo que les quede de vida, las mujeres enfermas escriben a sus hijos todo aquello que quisieran poder decirles en tiempo. tiempo que saben, al escribir, que no tendrán asegurado más allá de ese en el que escriben. el presente de la escritura. entonces, y con la distancia geográfica y temporal que me aparta de esas realidades y me permite el lujo de ‘pensar’ sobre ellas, me acuerdo de un desvelo hermenéutico que dice que la escritura, toda escritura en narrativa, es capaz de generar ‘horizontes de expectativa’ en el lector. ahora es que me ha hecho verdadero sentido tal designación.

pues resulta que los ‘libros de vida’ de estas mujeres condenadas a la muerte cercana y advertida, es precisamente lo que intentan ser para los hijos que dejan huérfanos: horizontes en los que siga habiendo expectativa, aun después de la muerte, después de la orfandad; después de la pérdida del contacto cercano. dicen que en esos libros escriben las mujeres algo de su historia personal, para que las conozcan, para que no las olviden; dicen que hablan también de momentos atesorados, actividades compartidas, hábitos, costumbres y tradiciones de la familia que está por desmembrarse; sé que también, especialmente, se piensan en consejos, como hacen las madres por cuidarlo a uno, por salvarle dolores, ahorrarle angustias; y siempre, he leído, estas madres agregan algunas fotografías. la mayoría de las imágenes retratan a la familia completa en sus espacios familiares entre poses asumidas para durar más que la propia presencia; para resistir la imposibilidad de convivencia. no es comun encontrar fotos de las mujeres solas; así que podamos entrever que lo que se preocupan en retratar son los lazos y no su individualidad en inminente desaparición. como si adivinaran de fondo las imposibilidades por esencia del medio fotográfico.

retratar relaciones. y es que hay que estar ciertos de que los lazos se mantendrán, aun sobre uno; sin uno. como la ciudad de calvino, esa que él llamaba ersilia, donde los habitantes tendían lazos de parentezco y relación en colores, de casa a casa, uniendo en la evidencia las historias individuales en la conformación de un entramado social común. y cuando pasaba el tiempo y los hilos ya eran tantos que hacían intrasitables los caminos, los habitantes de ersilia se mudaban a otro espacio, cercano y despejado, desde donde empezar de nuevo, retrazando vínculos, articulando un nuevo presente. dice calvino que con el tiempo, la región de la errante ersilia se veía desde lejos como pequeños cúmulos de hilvanados desiguales, complejos y caprichosos sobre construcciones ya vacías. quedando sobre el territorio los lazos, no las personas; las huellas entre las personas.

palabras. imágenes. ¿de eso se conformará un libro de vida?

la respuesta es trágica en su contundencia. no.

anticipo que estos libros son apenas intentos en visibilidad por no irse en blanco, por dejarle trampas al olvido. pues muchas de esas madres que mueren diariamente en el continente africano, dejan atrás niños menores de los 8 años; mentes en cuyas memorias apenas empiezan a conformarse los primeros recuerdos como estructuras capaces de soportar todo el peso venidero de la propia historia. memorias en ciernes necesitadas del soporte de la experiencia recurrente antes de tener que volverla recuerdo. memorias necesitadas de ser en sus propios momentos, antes de poder hilvanar entre los huecos, los momentos de la madre.

así que, me pregunto, si sucede como dicen los de las ong’s sobre estos libros, que ayudan sobretodo a las madres en el proceso de enfrentamiento y aceptación de la propia enfermedad que les conducirá con paso certero a la muerte. de ser así, como creo debe ser, estos ‘libros de vida’ viven su primer momento en el destierro, alimentados en la batalla final de una sustancia interna que hace por no perderse. la búsqueda del propio horizonte, ya sin expectativas. pues antes de trazar un horizonte ajeno, la búsqueda de límites definible empieza siempre en el propio entorno.

quizá sea que en el momento mismo de la escritura en el que se cree haber alcanzado el horizonte, o al menos su silueta, en ese momento en el que el estar-siendo confirma su propia concresión, es que las expectativas de uno –esas que el ser no alcanzó en el actuar del tiempo continuo– se proyectan con la promesa de mantenerse entre las frases, sobre las mismas ideas, como mantos. de ser así como sucede, pasaría lo de marguerite duras, cuando muy pronto en la vida se tiene ya la conciencia de que es demasiado tarde, y en ese momento se empieza a escribir. para proyectar.

y es seguro, o al menos me queda claro que, lo que de esas madres muertas quede en sus hijos capturado en forma de ‘libro de vida’, no va a ser lo escrito con tanto afán, ni la insistente contundencia de la imagen fotográfica rescatada, no; va a ser, en cambio, el momento-en-su-pasar. el rato de la escritura, el empeño en la letra clara y la palabra bien escrita lo que inunde un cuarto al abrir la tapa. será el tiempo pegado detrás de la imagen en el armado del libro; el paso de la página en su esfuerzo y la continuidad de las intenciones, y no en realidad, las letras que la llenan. será el tiempo de las letras, el tiempo entre letras, la ilusión del horizonte, la fe en la expectativa. es no estar muriendo y a la vez, como descubriera humilde villaurrutia, lo que quede en esos libros de invaluable sea ese triunfo tendido del ‘…estar muriendo en tu presencia’.


presencia reflejada y en su enfrenatmiento vencida: escribo porque me muero y mientras escriba, no.

pues resulta imposible saber qué es lo que se puede dejar y qué se va a perder en el olvido apenas uno desparezca, será que al menos quede el intento por trazar los contornos de la propia huella.


marcela quiroz luna / tj / 1974

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