me viene pareciendo extraño –y espero no sintomático– que siendo la primera vez que trabajo de lleno en un proyecto a todas luces y con la debida justicia nombrado como “artístico”, sea justo ahora cuando menos arte he visto. ¿será que a todos les pase? ¿será que ante la expectativa de altos réditos que uno asume al hablar de integrarse a un proyecto artístico, termine por convertirse alguna o varias etapas del proyecto, en mera papelería? ¿será un mal del oficio? ¿será sólo falta de tiempo y exceso de tareas ante la inminente volatilidad de lo artístico? ¿será por eso que uno nunca ha podido definirlo?
preguntas y preguntas. respuestas, muy pocas y dependiendo claro, del día y del humor, pues lo artístico parece no esperar a nadie. acaso se sigue de largo mientras uno llena formas, archiva información y ensaya estructuras.
el caso es que hace poco vi taste of cherry (el sabor de la cereza según traducción literal para mantener el idioma en futuras referencias) del cineasta iraní abbas kiarostami (realizada en el 2000 y presentada en varias muestras internacionales de entonces a ahora). una interesante ‘road movie’ si uno quisiera entenderla dentro de géneros ya trazados. pero, curiosamente no tiene ninguno de los atributos normales de una road movie tradicional, donde el punto de partida sí efectivamente parte hacia un punto de llegada; y donde el viaje avanza, no sólo sobre sí mismo, sino a través de la pantalla, como haciendo honor al recorrido del cinematógrafo en cuadros por segundo que literalmente se desenrrollan para contar una historia, dar movimiento a la escena y diálogo a sus personajes. pues no, no sucede así en el sabor de la cereza pues conforme pasan los días después de que uno la vió, le va quedando a uno más claro que el viaje no se hizo. que no hubo recorrido real, que el protagonista –a pesar de haber estado manejando su automóvil durante el 95% de las escenas– no llegó a ningún lado, ni realizó viaje alguno más allá del círculo vuelta y vuelta sobre un cerro polvoso, no muy ancho, ni muy alto. y, a pesar de que toda la película está estructurada con una cámara que se mueve, no hay viaje, sólo movimiento. y no es lo mismo.
entonces es fácil concluir que lo que se sugiere, claro, es el viaje interior, el del personaje que busca un sentido que lo aleje de la decisión retardada de suicidio, aún a pesar de haber cavado ya su propia tumba (más literalmente que en poética). actitud reflexiva, sonorización ambiental, muchos silencios, nada de música, poco diálogo... características comúnes a las producciones de kiarostami con las que entrampa a los personajes y esquina a sus espectadores. resulta que el personaje principal de el sabor de la cereza, el sr. baddi, busca quien lo entierre -una vez sobremedicado y recostado dentro de su propia tumba bajo un árbol a la vuelta de un cerro. pero, y siempre está el pero, antes de echarle encima la primera palada de tierra, el que se preste, tendría que llamarlo por su nombre dos veces, por si acaso; no fuera a ser que no estuviera muerto sino sólo dormido por efecto de los somníferos. resulta obvio para quien observa el filme que la insistencia en esta verificación última que recalca el sr. baddi a sus muchos entrevistados para tal tarea, es prueba de que lo busca no es quien lo entierre sino quien lo salve de sí mismo. por eso es que el recorrido vuelve siempre a un mismo punto: la tumba en espera; por eso es que el camino parece siempre en redondo: porque es una decisión no lineal la de la muerte, por mucho que lo parezca. y es que no se va de la vida a la muerte sin antes pasar muchas veces por la misma vida padeciendo muchas muertes más chicas. al menos así lo parece en pantalla (y fuera de ella). es como la sensación que da la cámara siempre o casi siempre desde dentro del coche mirando hacia adentro del coche. no se ve nunca de adentro hacia afuera, por eso es que parece que no hay recorrido, porque no hay mirada ni camino ni intenciones de recorrerlo. el personaje no busca un enterrador, busca tiempo y la creencia de que tiene que encontrar algo o a alguien sin lo cual eso que parece inminente y necesario –el suicidio– no puede llevarse a cabo.
no hay muerte sin enterrador, quiere creer el sr. baddi. claro que la hay. sólo que las muertes chiquitas, esas otras, las de todos los días, nunca esperan quien les eche tierra encima, y pasan, no avanzan, pero siguen pasando. como si entre todas pudieran ir cavando una tumba más grande, la verdadera. y sólo se puede uno escapar de la suma si encuentra como baddi, a alguien que le platique algo tan chico y poco importante como lo de las cerezas para el guardia de museo. ahí es que queda claro que el único viaje posible en este road movie es el viaje imaginario para el escucha de las historias personales cuando se dicen en voz alta sin muchos motivos ni pretensiones. que si no, que si uno busca siempre en sus propias historias y sólo le da vuelta a sus actividades diarias sobre las mismas actitudes, es muy probable acabar en un viaje en redondo.
y es que justo ahora estoy en un momento parecido al del sr. baddi, por lo que decía al principio de las grandes expectativas y las pequeñas realidades. y no porque busque quien me entierre o quien me salve de hacerlo, sino porque en esto de los proyectos artísticos, al menos para uno que está dentro de ellos por primera vez, y no sólo criticando sus resultados, parece muy facil sentirse solo y sólo dando vueltas en redondo, incapaz de intentar la línea recta para llegar a algo motivante y de aunque sea de provecho aparente.
entiendo bien que los procesos son los procesos y que el esqueleto hay que armarlo de huesitos y que lo satisfactorio del reto diario no necesariamente es lo que uno hubiera esperado o querido. lo que apenas estoy entendiendo es que si uno no busca el muy personal sabor de la cereza más allá del camino polvoso que se recorre de ida y vuelta infinidad de veces durante el día, la semana y el mes, muy probablemente sí termine por sentir el peso de las paladas sin haber visto las estrellas. pues cuidado, que para las dos cosas basta con acostarse en el suelo bajo un árbol mirando hacia arriba.
marcela quiroz luna / 1974. tijuana
24 de febrero de 2010
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