24 de febrero de 2010

imágenes de otros

me contaron ayer de un hombre que camina lento. que anda de un lado al otro, cuando se le pide, se sube en pausas, según el cuidado y la costumbre, sobre una escalera vieja de madera, retira el foco, lo limpia, lo guarda en su bolso derecho. del izquierdo saca otro foco, el nuevo. el que preparó antes de subirse a la escalera y de caminar de un lado a otro. lo limpia. lo pone en lugar del viejo. vuelve la lámpara a su sitio. baja poco a poco la escalera, la retira y la carga a un lado. el otro foco lo lleva en la bolsa derecha, el viejo. camina de nuevo, así, con paso lento. deja la escalera donde la encontró, recostada en el muro, sostenida apenas, sin estorbar. saca de su bolsa el foco viejo. sobre la mesa hay ya, desde otras tardes, cuadros de periódico más o menos de un mismo tamaño. el hábito y la práctica, no tanto la perfección. están acomodados en una pila, más arrugados unos que otros. no creo que sean de los periódicos que el mismo hombre ha leído. por su cabeza entiendo que le gusta más bien tomarlos de por ahí, cuando adivina que ya los han leído, no necesariamente al final del día. sólo así, cuando adivina. es una forma de meterse en la vida de otros sin que lo vean a uno. el hombre los lleva entonces a su mesa, lo amontona para otro tiempo. imagino que los corta en la noche, ya cuando no hay nadie, entonces los hace cuadritos. ese día, según me contaron, uso uno de esos para envolver el foco viejo. luego, lo tiró al basurero.
volvió a poner la tapa. quizá fueran otros a tirar ahí mismo cosas pesadas –también adivin󬬖 al menos lo suficientemente pesadas para romper un foco. al hombre le gusta prevenir. no por eso camina lento. esto, lo entiendo, es por la edad. aunque bien a bien esto no me lo contaron, creo. lo imagino. el hombre hace bien lo que hace. hace poco, pero entiende, me dijo quien me platicó de él, cómo se debe hacer lo que se hace. lo que hace uno en la vida.

hoy me escribieron de otra cosa, de alguien que volteó al cielo, a ver un avión cruzando a media tarde, después de salir del trabajo, pensando, como piensa uno a veces en la vida (tan pocas que siempre se recuerdan con precisión como en esta ocasión) que todo está bien, y que en realidad sí tiene sentido estar vivo ahí donde se está parado. después vino el secuestro.

mañana tengo que pensar entonces cómo hacer con lo que tengo ahora. esto de la espalda que vengo anticipando hace ya meses sin advertirlo, según algunos, cuando pedía una silla, cuando me recargaba contra un muro, cuando después de los bailes me quitaba los zapatos siempre, ya en el coche. cansada. yo acaso diría que era por las mañanas cuando me estiraba en la cama hacia adelante y me quedaba ahí, doblada en dos, lo más que podía –quizá en una de esas se rompió y yo sentí bien. mañana, pienso, tengo que empezar a pensar lo que he venido platicando estos días con quienes me platican lo que no puedo ver desde la cama. hace pocos meses, interminables semanas, pensaba yo que la felicidad podía no darle a uno nada más que eso. por eso será que cuando llega nadie la entiende. mañana tengo que pensar que la infelicidad es más detectable, es cierto, pero así, igual, es también más traicionera. yo creo que porque uno cree que entonces ya no tiene más que perder y se deja al descuido, se olvida de envolver el foco viejo. no es cierto, de cualquier manera que la infelicidad llegue de pronto toda. aunque sí creo que pase esto con la felicidad, pero llega, claro, cuando uno no lo espera y pasa lento como por arriba de la cabeza, como un avión que no hizo ruido. la otra se nos viene encima sí, pero se guarda, se derrama lento y si uno quiere o se descuida, entonces nunca deja de derramarse. por eso hay que atender a lo otro. así que termine uno un día recogiendo imágenes chiquitas, de historias más grandes, de gente que uno conoce o jamás a visto, o ha visto miles de veces pero desconoce sin culpa designada. por eso me fijo mucho ahora, en lo que me cuentan. sobretodo en esas cositas chiquitas que la gente no ha de entender tampoco por qué las cuentan cuando las dicen. ¿por qué las recuerdan? ...para contármelas.

se sabe que lo que mira uno no es sólo para uno, es para otros, para los que no lo vieron. lo que recuerda uno, eso sí, se cree que es para adentro, que el recuerdo se sirve de sí mismo y sirve a un sólo dueño. pero a veces es muy grande el recuerdo, por pequeña que parezca la historia o irreparable el daño.

por eso cuando ella se acuerda del avión, también me regala un pedacito. porque me imagino que cuando el recuerdo se vuelve imagen, ya no le cabe en la cabeza, se hace grande y la amenaza. por eso me lo cuenta. debe ser lo del quiasma –punto de encuentro de los nervios ópticos¬¬– donde se dijo que se formaba la visión. ahí debe empezar a dolerle algo. será ahí que se junta la visión? donde se hace? eso ya se lo preguntaron de muchos siglos atrás, luego dudaron y dijeron que lo de la visión se hacía en la cabeza, en la parte de atrás. lo que se buscaba era lo mismo, creo, que en lo que pienso ahora, saber cuando la luz se forma imagen y cuando esa imagen adentro de uno se desborda. se me ocurre que es cuando pasa que la gente viene y me cuenta esas cosas, porque saben que ahorita no puedo verlas. porque intuyen que cada noche me repito: “mañana tengo que empezar a pensar qué voy a hacer con esto”. entonces la visión se vuelve un regalo de algo a veces querido, a veces sólo fijado sin razones aparentes, a veces diagnosticado como el principio de la tragedia.

dicen que la imagen llega invertida a la retina; que luego se endereza... yo en eso estoy, entonces, de eso se trata ese “mañana” que pronostico con tono ansioso, más bien desairado. hay que aprender a invertir lo que se oye a lo que se ve a lo que se dice por lo que se escribe.

me dicen que esto de la espalda es una nueva “condición” con la que tengo que aprender a vivir. apenas estaba entendiendo mi anterior condición, creo. apenas. pero es eso mismo, sólo hasta que ha cambiado mucho y mal los focos, sólo hasta que se han hecho pedazos en el bote más de quince. sólo hasta que se sabe de qué tamaño hay que cortar los papeles de periódico, los fragmentos que uno necesita de las historias de otros, sólo hasta que se sabe que hay que poner juntas la escalera, la mesa, el bote y el cajón de bombillas nuevas. sólo hasta entonces, yo creo, puede uno saber por qué regala esas historias y no otras. porque se trata de hacerlas adentro, luego invertirlas y entonces, enseñárselas, recrearlas para alguien que, quizá, en ese momento justo, no puede verlas pero sabrá qué hacer con ellas. en el mejor de los casos, sabrá cómo regresárnoslas. para esto, nunca, debe uno esperar a que sea mañana.

muchas veces pasa, se sabe también, que el mañana se viste de pasmosa eternidad cuando se concibe durante semanas, de medio lado, en voz baja.


marcela quiroz luna / 1974 / tj-df

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