24 de febrero de 2010

sobre el inútil combate

la culpa es algo extraño. y así, extraño para ninguno. digo extraño porque, entre muchas otras cosas que no debieran emparentarse con este sentimiento y que sin embargo lo permean, es la ambivalencia. la culpa siempre tiene dos lados, al menos. tiene mucho que ver con la vergüenza y poco o nada con el decoro. La culpa habla de una ansiedad incómoda del haber o no haber hecho; y en este desconcierto se manifiesta de muchas formas, no todas, o casi ninguna, coherente.

los freudianos hablan del super yo y sus reclamos. que en realidad, la culpa no reclama, sólo pesa. es más un asunto de gravedad y leyes propias de la física que un monólogo de la conciencia.

la culpa nada tiene que ver con el culpable. la culpa pesa donde hay vacío, solamente. o bien, donde se centrifuga.

hay un momento claro en el que el miedo se vence en culpa. ahí empiezan los giros descontrolados hacia lo profundo.

foucault habla del valor histórico de la culpa como herramienta de control y sometimiento, entre otras.

en lo cotidiano, para quien la padece, la culpa también se sirve como herramienta; muchas veces sólo para creer que en el sinsabor de la retaguardia de las propias acciones, uno sigue haciendo algo cuando en realidad se ha decidido no hacer nada. la culpa es un sentimiento que ocupa. ocupa espacio y tiempo.

la culpa inmoviliza. al contrario de lo que se cree, la culpa no es buen motor. no es motor. sería apenas batería, muy temporal, de un forzado andar hacia su propio salvamento.

la culpa nunca se salva. ni recomponiendo el camino. la culpa es, en ese sentido, irrevocable. muchas veces es la culpa el accionador más efectivo para el recuerdo. y a la vez, para algunos que hemos aprendido a usar el olvido a conveniencia, la culpa, muchas veces no dice nada del pasado. acaso lo sepulta, si no es que lo borra completo al lado de los deshechos del desaire, la desilusión, la falsa espera. cuando sucede así, la culpa sólo, se siente entre nebulosas, cuando la mente detiene al cuerpo.

marguerite yourcenar escribió una de sus historias como carta. el tema decíase ser sobre el engaño –en cuanto a preferencias sexuales– de un marido a su mujer a los pocos o muchos años de casados. en la carta él se explica, cuenta, retiene, comprime, sucede sus propios recuerdos; su personal andamiaje. al final y algunas veces entremedio, incluso se disculpa con ella, por haber malgastado su tiempo, por haberle ofrecido una pantalla, una realidad velada. Es el trayecto una especie de reconstrucción de sus acciones y posibles expliacaciones de formación y contexto. habla mucho de su infancia, de sus tías, del respeto cómplice y hermanado con la mujer. luego, en su adolescenia habla de su rendimiento absoluto ante la belleza, toda. precisa sus olvidos, como historias ciegas; no les pone nombre y quiere de-significarlos, aunque en ellos cimenta su decisión: se va. la carta es para decirle, finalmente, que la deja.

el libro se publicó por primera vez en 1971, causando gran revuelo por lo “novedoso” de la temática tratada con tal soltura y sin tapujos. ahora, que el tiempo y las circunstancias no sorpenderían ya, a nadie, la carta de yourcenar ha adquirido otra dimensión, más interna, menos de estandarte; más introspectiva y menos de denuncia. el libro hoy pesa por su ausencia de culpa.

la escritura pausada, sin sobresaltos, sin afán de confesión, ni pretensiones de explicación justificada, hace que el monólogo gire sobre su propio y real centro: es una historia sobrepasada incluso aún mientras se le vivía. el personaje se lee a sí mismo con el cansancio de quien no se sorprende, desde hace mucho, por la voz de la conciencia. pues la voz que habla es esa misma, la conciencia sin velos, la buena intención vencida; la voz de alguien a quien ya no le importa decir lo que está diciendo. así que las letras de yourcenar se deshilvanan sobre el mismo retrato que parecen hablar. no hay intención. no hay culpa. hay apenas tiempo y un intento –fallido de origen– por autoexplicarse y en ello, atinar al perdón, sin mucho afán tampoco, de encontrarle.

el tratado del inútil combate, subtituló la novelista francesa a su obra; resultaría demasiado fácil asentar aquí que la culpa es también inútil. será mejor decir que la brecha supuesta entre el cinismo y la culpa, tiene más que ver con los juegos de la memoria sobre la construcción del ser, a la manera en la que las palabras escritas se perfilan siempre un paso adelante. escribir es por tanto, confesar lo que ya se sabe para dudar de lo que no se dijo.

mecanismo, a mi juicio, muy similar a la culpa cuando aparece, siempre anunciada en frases armadas desde el descaro, siempre un tanto altanero.

la culpa, como los libros, las historias, las palabras y le memoria son dables siempre de adquirir otro sentido con el tiempo. será por eso que permanecen como estepas.

marcela quiroz / 1974/ tj

No hay comentarios:

Publicar un comentario