24 de febrero de 2010

lo infructuoso de la felicidad

tendría que decir que está comprobado. la felicidad se interpone en el camino de la buena escritura. (eso, claro, queriendo creer que lo que uno se desgarra cuando sufre y escribe y escribe y sufre, es en cierta medida al menos, algo digno de atención). pero bueno, el caso es que no es nueva la idea sobre la tragedia su incestuosa relación con las grandes creaciones. parece que las desgracias, pequeñas y cotidianas sobretodo, son las que mejor detonan el ansia creativa. entonces, cuando resulta que lleva uno unas semanas sin desgracias, desgarros ni desaires, la cosa se complica.

alguien ya me lo había dicho hace tiempo y le creí: hasta que no te suceda algo verdaderamente terrible, no harás buenas fotos.

dejé de hacer foto. (ya no sé si esperando que me sucediera eso terrible y mientras tanto usando mi energía para otros fines menos pretensiosos que la imagen; o si fue más un acto superticioso, como no pasar bajo la escalera, no tirar sal sobre la mesa, o romper un espejo. así dejé de hacer foto. no fuera a ser...

y nada. que lo terrible, al menos como lo he estado esperando desde entonces, sigue sin pasarme. o si me pasó ya, no me he querido dar cabal cuenta. así que, mientras, escribo. escribo sobre la foto y sobre otras cosas que en el mundo me vienen pareciendo que merecen la misma atención que una fotografía. a veces más, a veces menos.

lo que sí es que, veo como costumbre, uno se alimenta de los pequeños dramas y afecciones internas para hacer algo de provecho. así que mientras más llore, más páginas escribo. mientras más hondo me torture un recuerdo o me carcoma silente alguna amnesia selectiva, parece que pienso mejor de qué quejarme y cómo. ¿por qué será que de la felicidad no sale nada?

hace unas semanas me asomé a la exposición-memoria-homenaje de los primeros o pasados 30 años del museo carrillo gil, allá en la esquina de revolución y altavista (parece que me repito ahora las direcciones del df para que en el exilio –tijuana- no se me olviden, o para sentir que aún soy capaz de localizar perfectamente las cosas, los lugares y las gentes en el df), el caso es que, una vez más, se confirma que de la felicidad no sale nada que valga mucho la pena en estos términos, sí es que es felicidad el motor de tal muestra. pues entre los recuerdos de la historia del carrillo-personaje, y carrillo-espacio museístico no se lee mucho de los planes del espacio de hoy en adelante, como debiera sugerir el detallado recorrido por su pasado, que no hace más que recordar –a veces con obra, a veces con fotocopias, a veces con fechas y listado de acciones o presencias, decesos y apropiaciones. así que el recordatorio se convierte de pronto en una especie de añoranza por lo viejo (y por lo viejos que estamos en relación). lo mismo o peor le pasará a quienes sigan laborando ahí después de años, o quienes fueron parte del personal y luego regresan como visitantes y ven lo que hicieron, se acuerdan de lo que dejaron de hacer y se preguntan, seguramente, qué hacen ahora. y es que es difícil rememorar benevolentemente, pues, casi cualquiera nos puede preguntar, y con razón, ¿para qué?.

que sí, el gran problema de la historia contemporánea y sus actores es la memoria. así que pudiera tener, en esta línea, mucho sentido la exposición del carrillo, el edificio este cuadrado con rampas adentro, ahí en la esquina, frente a pabellón altavista. y no digo desmemoria, sino eso, la memoria, que cada vez más, al menos en mi caso, sirve a necesidades ajenas al recuerdo como conciencia. y lo peor, es que cada vez más sirve nomás para dibujarle a alguno una desganada sonrisa en el rostro con aires de tiempos mejores. la memoria como recuerdo. nada más. así me pareció la exposición del carrillo. salvo en una esquinita, al principio, donde –y sigo sin entender quién tuvo la lucidez de acomodar esto ahí y no repitió la fórmula en más lugares– junto a un grupo de acuarelas de la serie: casa de lágrimas de orozco, bien acomodadas y espaciadas entre dos vitrinas, aparece de pronto un video en pantalla chiquita, que recurre sobre el tema, según dice la cédula, de la casa de lágrimas de orozco. es un video de rodrigo plá de 1994, si mal no recuerdo. y sobre él se adivinan sutilezas sobre la finalidad de la historia, del arte, de la escritura, la memoria y la imaginación, que, sorprende decirlo, bastan para dar sentido a la exposición. un loop chiquito y extendido. lento y extendido. acuareleado y extendido. en él, una mujercita, más bien niña crecida a fuerza a la manera de santa, se tiende sobre una cama en lo que adivina ser una tarde lenta. la luz apenas dibuja algunos trazos sobre la pobre mesa que le sirve de apoyo a la botella y al vaso de agua. lo demás de la luz es atmósfera sólo, por los tonos y el tono lánguido de la tarde y la postura. sobre el catre se alisaron una o dos cobijas más bien desteñidas para las que la luz amarillenta y cálida es sin duda un auxilio. la niña de cabello oscuro y trenzas largas con moños rojos lleva apenas un camisón corto de tirantes de tela, antes parecida al satín y ahora se adivina, desgastada y luída. medias-calceta a medio muslo como las que se usaban entonces y zapatos negros de botín completan el atuendo, que, sin serlo propiamente, compone el vestuario perfecto para hacerse a sí misma personaje de algún triste poema. la chica se mueve sobre la cama imitando posturas posibles al retrato de orozco. éste lo vemos a un lado, en una de las vitrinas. sobre el catre se avisa un sombrero de hombre, no de calidad, aunque insinua al menos un escalón en las etiquetas de sociedad. la cinta negra que lo rodea hace pareja con el tono y peso escénico de las botas de la chica. el cuadro está completo.

ella debe estar recordando algún amante, o quizá soñando con aquél que dejara de serlo y habría de llevarsela de ahí en uno de esos milagros que luego cuentan como leyendas las otras muchachas ya mayorcitas a las que, sin embargo, aún no les pasa. una tarde lenta que sirve, parece, apenas para eso, para darle vuelta a un sombrero tendida en una cama con el rostro bien maquillado, listo para algún cliente apresurado que pudiera llegar temprano.

el acabado de la imagen en el video de plá es sorprendentemente similar en textura a la acuarela de orozco –sin duda una de las razones del éxito que llevaron la pieza a conformar parte de la colección del museo. museo carrillo gil. ante todo es un asunto de textura lo que conmueve. luego es el movimiento, la lentitud. si no fuera por esto no habría forma de continuar la pintura de orozco en la escenografía filmada de plá. sólo que los trazos acuosos se vayan haciendo corridos en la cinta, con la lentitud más próxima al secado, ni siquiera cadencia, se requiere un paso menos, apenas cuidar bien la iluminación; apenas ensayar con propiedad la contención de los movimientos, el lugar exacto del sombrero y de las piernas. acercarse en lo posible a la falsa perspectiva, ese medio ojo de águila imposible que hace orozco recordando algunas de las prostitutas de schiele... para parecerse y aparecerse en la obra y dentro de ella. para hacer de la mirada acto cómplice del resto del cuerpo que apenas cuando se asoma quisiera ya acariciar. a veces no es suficiente ver. la vida luego no se detiene y cuando parece que se detiene es quizá cuando más cosas pasan aunque parezca que no pasa nada. por eso las tablas cronológicas no dicen mucho. por eso los folletos de exposiciones anteriores resultan no ser prueba de nada. casi siempre se escapan entre los huecos las cosas verdaderamente importantes. casi no sirve de nada acordarse de lo que es clasificable. los archivos no guardan datos por guardarlos. apenas sirven como motivo. las frases serían principio; lo mismo las obras y los libros. hay siempre más cosas entremedio, sustancia, innombrable creyeran unos - accidentes, destinarían otros. se trata como quiera, de miradas a la memoria individual, a la verdadera, la que le dice algo a la historia de uno y puede explicarle algo más a la historia de otros. yo quisiera creer que este es el sentido del recuerdo. que los anales, leídos con algo más que con ojos claros, empiezan a moverse, apenas muy lento, sobre las palabras mismas, sobre los números y las firmas. es cuestión de darle tiempo a lo que uno es y a lo que han sido otros. es asunto de paciencia y escucha atenta. los objetos dicen más de lo que portan casi siempre. y no hay sentido a la recuperación si no se le vé desde otro lado. el tiempo no es un justificante de sentido ni la cronología se basta a sí misma. lo particular de las subjetividades siempre dará para mucho más que el dato en pared.

y la felicidad... eso, a veces le da a uno contra el muro nomás.


marcela quiroz luna / 1974 / tj

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