siempre he confiado en el poder de las citas. (1)
una cita bien elegida, editada y colocada es, sin duda, inteligente arma de seducción. (2)
las citas son los momentos del texto, los instantes fuera de la hora; la memoria, el estremecimiento. (3)
las citas, tienen esa invaluable habilidad y permiso sintático de meterse en la página mayor, en la estructura general, para hablar en cambio –desde sus islas– de estructuras más pequeñas, más particulares. (4)
y es que no debiera a uno tomarle mucha vida el saber que en todo contexto, lo más interesante, nunca se dice de frente.
1. me gusta de las citas la honestidad con la que aceptan su ser-fragmento. pretenden sólo lo que quiera el lector continuarle. la cita es como el hilván para la costura, sostiene, une, recorre, mantiene; permite adivinar, entrever las capas, adentrarse en distintas profunidades, profundidades que dan vuelta. las citas siempre dan vueltas. las dan sobre sí mismas desde otras ideas, son como los insectos y los focos, uno ilumina, el otro reconoce su presencia. (nota del autor)
2. muchas veces, las citas dicen más que las ideas en texto que, a primera vista, intentarían respaldar. pero sucede que las citas parecen ser más tímidas, se acomodan debajo, o a un lado, como contrapuntos alternativos… cuando en realidad, ésa es su arma, la discresión. en ellas se puede decir muchas veces lo realmente necesario, lo que urge, sin necesidad de gritar, siempre en tipografía menor, como un susurro. son esas citas, las que le hablan al lector en voz baja, frases que hablan otro idioma, el del deseo. semánticas que están siempre al límite de la confesión. son enunciaciones entregadas. quizá porque no compiten –en la parte principal de la hoja– con el resto del texto. las citas se atienden de los detalles; se dan el lujo de frenar el ritmo y circular de nuevo, las veces que sea necesario, sobre un pequeñito suicidio. (nota del autor)
3. eso en el mejor de los casos; cuando el autor ha descubierto el verdadero valor de esas palabritas que a muchos molestan por “romper el ritmo de lectura”; las que muchos se saltan, ignoran, pues dicen, los enervan. incluso, se adivina, a los mismos autores les sucede, por eso las dejan al final del texto, por allá, todas apiladas en un hoja a la que nadie va, o si va no regresan. sólo así me explico que alguien cite para poner “poner al final”; mejor sería ahorrarse la molestia. (nota del autor)
4. en cambio, cuando se alistan todas nomás al final, las citas se convierten en mero trámite para asegurarle al estudio(so) una apariencia académica. cuando cae en el mal esfuerzo de la pretensión, el anclaje histórico, la designación de línea de pensamiento, intentando fincarse un linaje de conocimiento, la cita, es, en esencia, pedante y su ser, superfluo. esto cuando erróneamente se designa, malentendida, su posición separada del cuerpo del texto y el reducido tamaño de la grafía como falsos indicadores de importancia o necesidad. (nota del autor)
marcela quiroz luna / tj / 1974
24 de febrero de 2010
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